Vergüenza
Vergüenza
Carlos Olalla, actor
En plena plaza Mayor de Madrid y a mediodía, un numeroso grupo de hinchas holandeses del PSV se mofan y denigran a unas gitanas rumanas que les habían pedido limosna. Algunos sacan billetes, los queman y se los arrojan para que ellas se agachen a recogerlos antes de que se destruyan del todo. Otros, la mayoría, les tiran monedas para ver cómo se pelean entre ellas por cogerlas. Uno más les hace hacer flexiones para darles las monedas. Y los demás, a coro, gritan “¡Olé!” cada vez que una mujer coge una moneda del suelo mientras todos, a coro, gritan “no crucéis las fronteras”. Esos holandeses en su mayoría eran jóvenes. Convertir la pobreza en espectáculo mientras toman su aperitivo ha sido su distracción del día. Quizá quemar albergues de refugiados sea la de por la noche. Esas mujeres también eran jóvenes, pero no tomaban el aperitivo. Se peleaban unas con otras empujadas por el hambre, aguantaban la mofa, el insulto y la denigración para sacar unas monedas con las que poder dar de comer a sus hijos. Hace años ya que el hambre les robó la dignidad.
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Finalmente la policía, que lo había presenciado todo, se decidió a intervenir. ¿Detuvo a los holandeses que humillaban a las mujeres indefensas, que hacían botellón en la vía pública, que estaban provocando una clara situación de violencia? No, se llevó a las mujeres gitanas de la plaza. Esa fue la gloriosa intervención de nuestra policía: detener a las víctimas y no tomar ni una sola medida contra los agresores. Por no pedir no les pidieron ni una sola identificación, a diferencia de lo que sistemáticamente hacen en los actos y manifestaciones que denuncian estas situaciones. Nuestra policía castiga a las víctimas y a quienes protestan frente a la injusticia, pero no mueve ni un dedo contra los agresores que provocan y ejercen la violencia.
Este hecho no es una simple anécdota, es la perfecta metáfora de lo que está pasando en esa criminal Unión Europea que, entre todos, hemos dejado que creen los grupos de poder, esa Unión Europea que incumple la legislación internacional y los convenios de derechos humanos expulsando a los inmigrantes y negando asilo a los refugiados. Los gritos de “No crucéis las fronteras” de los holandeses son ese veneno que está creciendo por toda Europa con el auge de los partidos nazis y de extrema derecha. La humillación de las mujeres gitanas es la viva imagen de lo que están sufriendo los refugiados que intentan buscar la seguridad que no tienen en sus países de origen. El vergonzoso papel de la policía recuerda al que hacen policías y ejércitos en nuestras fronteras para impedir que entren los refugiados. El heroico comportamiento del hombre que se enfrenta solo a los agresores es el de las pocas personas e instituciones que, a diario, se están enfrentando a esta situación denunciándola y corriendo el riesgo de ser perseguidos y sancionados por ello. Y, por último, el cobarde y silencioso silencio de quienes pasaban por la plaza y no hicieron nada es la más dura y clara de todas las metáforas. Ese es el vergonzoso papel que hacen la mayoría de nuestros conciudadanos: hacer algún comentario piadoso sobre los pobrecitos refugiados viendo en la tele cómo son masacrados en nuestras fronteras o darle al puñetero y adormecedor me gusta de las redes sociales tranquilizando su conciencia, en definitiva, callar y no hacer nada.
Cuando la historia juzga al pueblo alemán y se pregunta cómo fue posible que permitiese el genocidio nazi tiene la excusa de que, quizá, no se enteró de todo lo que estaba pasando. Cuando la historia nos juzgue por lo que estamos haciendo hoy con los refugiados, negándoles el asilo, expulsándolos, encerrándolos, empujándolos a ahogarse y pegándoles para que no entren en nuestros países, nosotros no tendremos esa excusa.
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