Manuel Díaz Olalla
Se nos ha ido Pilar. Casi como un soplo, mucho más pronto de lo previsible, de lo deseable, de lo justo, mucho más temprano que tarde, sin darnos cuenta. En menos de un año una dura enfermedad, la que ella más temía, minó sus fuerzas hasta dejarla exhausta, aunque nada pudo con su mente ni con su infatigable espíritu.
Pocas veces me he enfrentado como ahora al terrible reto del papel en blanco que exige en pocas palabras, muchos sentimientos, pero lo asumo con la resignación de que es un propósito vano cuyo resultado será insatisfactorio tanto para mí como para ustedes, tal es el tamaño del desafío. Me mueve a hacerlo no solo el inmenso cariño y la admiración que le tengo, sino el haber compartido en los últimos treinta años una gran parte de sus trabajos, sus alegrías infinitas, sus escasas tristezas, la más dura, el asesinato de nuestros compañeros Mercedes Navarro en Bosnia y Luis, Manolo y Flors en Ruanda, sus rotundos éxitos y, por qué no, también sus irrelevantes fracasos si es que los hubo, el enorme caudal de su familia y su amistades, todas las ventanas al mundo que abrió para mí y para muchas personas, su manera de entender la vida, su maravilloso caos controlado en el que todo funcionaba a la perfección, sus sueños y sus anhelos.
Conocí a Pilar a principios de los 90 en las oficinas de Médicos del Mundo de la Calle Caracas de Madrid, de la mano de Maxi Esteban. Había oído hablar de ella y del gran trabajo que desarrollaba en el Centro Municipal de Salud del distrito Centro de esta ciudad en la prevención del VIH/SIDA en personas que ejercían la prostitución. Pionera siempre, siempre abriendo caminos, desde entonces iniciamos una colaboración que hemos mantenido en los distintos y variados proyectos que ha emprendido, desde Médicos del Mundo hasta la creación y el desarrollo de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria (SEMHU), su último gran proyecto asociativo, pasando por el Máster de Medicina Humanitaria, además de compartir la escritura de algunos artículos y libros, participar en las decenas de cursos y jornadas que organizó y, en los últimos años, en las reuniones del consejo de redacción de la revista Temas para el Debate. Tuve la suerte de viajar por el mundo con ella (Líbano, Honduras, África) y aprender en el terreno la esencia de la Medicina Humanitaria que iba configurando en cada intervención, compartir su vocación por la cooperación internacional en todas sus facetas y admirar en cada experiencia su decidida entrega a las poblaciones más vulnerables en su lucha por el derecho a la salud.
Pilar ha sido una figura imprescindible del movimiento asociativo en España, hasta el punto de que resulta difícil entenderlo sin su presencia. Inabarcable y persuasiva, tan difícil resultaba decirle que no a una propuesta de trabajo como acertar si apostabas a que no iba a conseguir lo que se proponía, por descabellado que pareciera. Tantos y tan variados eran sus intereses personales y profesionales que en las inolvidables veladas de cumpleaños de su casa de Manuela Malasaña lo mismo te encontrabas a lo más granado que queda de la movida madrileña, de la que fue pieza imprescindible junto a su compañero Moncho, que a políticos en activo y en pasivo, a sus compas de La Comuna y de la lucha clandestina, a su gente de Formentera, a la del barrio, a la de Médicos del Mundo y, en general, a la variada fauna que compone el mundo de la acción humanitaria y de las ONG’s, a brillantes egresados de la London School o a lo más popular de la sociedad palentina. Todos y todas en franca camaradería y aún más perfecta armonía, disfrutando de su regalo y, a veces, de sus performances si su inseparable Paco E se lanzaba al escenario guitarra en mano.
Pilar era un volcán en erupción, un torbellino tan imposible de domar como de seguirle el ritmo, una fuente inagotable de información seleccionada, una lectora incansable, un portento. ¿Dije “única”? ¿Se me olvidó “irrepetible”? Todo eso y más. Amiga de sus amigos, fiel y honesta a carta cabal, generosa hasta en los pequeños detalles, durante mi última visita pude admirar su entereza mientras teníamos tiempo de recordar, de las anécdotas vividas, las más celebradas, que me comprometí a recoger en algún escrito antes de que la desmemoria o el saco roto las aparten para siempre del conocimiento colectivo.
Hay que destacar la enorme lección que nos ha dado también al afrontar su final, su capacidad de aceptación y el ánimo que insuflaba a los que la han rodeado en estas tristes últimas semanas, en especial a sus hermanos y hermanas, sus hijas María y Ana, sus nietas, Laia y Mía y su inquebrantable amiga Fufa. Todos ellos, junto a la incontable nómina de amigos y amigas, afrontamos la triste noticia de su partida, pero nos sentimos afortunados de haber formado parte de su vida y de poder dar continuidad ahora al legado de su obra en la medida de nuestras fuerzas, mucho más menguadas que las suyas, tal y como ella hubiera querido.
Pilar: siempre en el recuerdo y en nuestro corazón.
Que la tierra y el viento te sean leves, Pilarín.
Manuel Díaz Olalla es médico, cooperante y miembro de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria