Héctor Alonso
Después de cuatro décadas de guerras y ocupación la situación de la población de Afganistán es desastrosa. La pobreza es crónica, hay millones de desplazados y refugiados en los países vecinos y la sequía y la pandemia solo han hecho que las condiciones en las que viven los cuarenta millones de afganos empeore: la economía está al borde del colapso y el sistema sanitario no es capaz de proteger a la población.
La situación en el país ya era mala antes de la llegada de los talibanes al poder: casi la mitad de los cuarenta millones de afganos necesitaba asistencia humanitaria (18,4 millones de personas), uno de cada tres padecía inseguridad alimentaria y más de la mitad de los niños menores de cinco años estaban en riesgo de desnutrición aguda. La inseguridad era muy alta, con 1.659 personas muertas en los primeros seis meses del año y con un altísimo nivel de violencia de género: el 51 por ciento de las mujeres y niñas sufren violencia física o sexual.
Desde la toma del poder por los talibanes el pasado 15 de agosto la previsión es que todos estos indicadores no solo no mejoren, sino que probablemente empeoren.
Desplazados
En lo que va de año más de medio millón de personas han huido de sus hogares por el incremento de la violencia y los enfrentamientos, que se suman a los más de cinco millones de desplazados desde 2012. En situación de desplazamiento las mujeres y niñas corren un peligro mayor de sufrir violencia y abusos. Es frecuente la violencia sexual o los matrimonios infantiles. Además, hay una grave falta de acceso a la salud, alimentos básicos y agua potable.
Crisis económica
La salida de las tropas internacionales ha significado también la marcha de las instituciones y organizaciones de ayuda, lo que ha provocado una crisis económica que se está reflejando en el alza de los precios de los alimentos. Antes de la llegada de los talibanes millones de personas estaban en situación de inseguridad alimentaria. Ahora las condiciones han empeorado para ellos: muchas familias tienen que vender sus pertenencias o pedir dinero prestado para poder comer.
Sistema de salud colapsado
Se han interrumpido los servicios de vacunación para niños, los tratamientos para la desnutrición o para las mujeres embarazadas. Se están agotando los medicamentos y suministros médicos, así como el combustible que permitía mantener refrigeradas las vacunas. El personal médico ha dejado de recibir su sueldo. Incluso las instalaciones de salud que financiaba el Banco Mundial han dejado de funcionar en su mayoría. Para evitar el colapso total el Fondo de Respuesta a Emergencias de la ONU liberó en septiembre 45 millones de dólares, pero no es suficiente.
También es preocupante la situación de la pandemia. De las 5,24 millones de dosis de vacunas enviadas a Afganistán solo se han administrado 3 millones, y 1,6 millones de dosis podrían caducar. En país sufre ahora una tercera ola de COVID-19, y nueve de los 37 hospitales dedicados a la pandemia han cerrado, con lo que el diagnóstico y tratamiento se han reducido. Antes de la llegada de los talibán se preveía tener vacunada a más de 20 por ciento de la población antes de fin de año, algo que ahora se ve complicado.
Retroceso en la educación y derechos de las niñas y mujeres
En septiembre se reabrieron las escuelas de educación secundaria, pero solo para niños. En los últimos veinte años se había logrado progresar en la educación para las niñas y mujeres, hasta el punto de que a comienzos de 2021 de los 9,5 millones de alumnos, cuatro millones eran niñas. Ahora todos esos avances se perderán, dejando a millones de niñas y jóvenes sin educar. Y una de las consecuencias de la falta de formación es que serán más vulnerables a los matrimonios precoces o forzados, y tendrán más riesgo de sufrir consecuencias graves para la salud derivadas de los embarazos demasiado tempranos.
Los derechos de las mujeres se han visto reducidos también en la vida diaria: en la libertad de movimientos, en el trabajo o en el desempeño de cargos públicos. Aún es pronto para saber cómo evolucionará la situación, pero es previsible que los derechos de las mujeres sufran un retroceso brutal.
La sequía
El país está sufriendo su segunda sequía grave en cuatro años, que afectan a la tercera parte del país y a nueve millones de personas. La situación es especialmente dura para los desplazados, que viven en zonas rurales que dependen de la agricultura de subsistencia. Con las cosechas arruinadas se ha disparado el trabajo infantil y los matrimonios forzados. También ha disminuido el acceso a agua potable, lo que dificulta la higiene y las medida de protección contra la COVID-19. Las enfermedades relacionadas con la falta de agua limpia, como las diarreas, que son especialmente preocupantes en niños mal nutridos, están aumentando.
La llegada del invierno
El invierno es muy duro en Afganistán, un país montañoso. En pocas semanas la caída de las temperaturas hará especialmente dura la vida de los millones de desplazados que carecen de alojamiento o ropa adecuada. Naciones Unidas está tratando de anticiparse y ha hecho un llamamiento para proporcionar suministros a los desplazados que viven en campamentos o en espacios abiertos que les permitan superar el invierno, como ropa adecuada o refugio.