Níger: mujeres luchando contra la desertificación

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Cultivos gestionados por mujeres en Níger - FOTO: ACNUR

Un proyecto gestionado por 450 mujeres, muchas desplazadas o refugiadas de Mali, combate el avance del desierto con cultivos sostenibles

Héctor Alonso 

Níger, uno de los países de la región del Sahel más afectados por el cambio climático y la desertificación, que está provocando el desplazamiento de millones de personas, ha encontrado una manera de luchar contra el avance del desierto que implica, además, a personas refugiadas y desplazadas, integrándolas en la comunidad. Podría ser un buen ejemplo de cómo actuar en aquella región antes de que las consecuencias del cambio climático hagan imposible la vida allí. En el Sahel la temperatura media ha aumentado 1,5 veces la media mundial.

A unos 100 kilómetros al norte de la capital, Niamey, una zona árida y polvorienta, ACNUR la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, puso en marcha en el año 2020 un huerto que emplea a 450 mujeres de Níger, muchas desplazadas, y a refugiadas procedentes de Mali, otro de los países afectados por el aumento de las temperaturas, la alteración de los patrones de precipitaciones y la inseguridad provocada por la escasez, que se ha traducido en combates. Solo de Mali y Nigeria han llegado a Níger 250.000 refugiados, que también tiene 264.000 desplazados internos.

En ese pequeño oasis crecen patatas, cebollas, pimientos y sandías, regados por un sistema de goteo que permite no derrochar algo que cada vez escasea más en la región: el agua. Los productos de la huerta complementan la alimentación de sus hogares y los excedentes se venden en el mercado. Esta abundancia de vegetales ha ayudado también a suavizar el impacto de la llegada de miles de refugiados y desplazados a la ciudad.

Frenar el desierto

Pero además esta franja de terreno cultivada y con árboles plantados es una línea de defensa contra el avance del desierto que podría ser imitada en otras zonas del país y de la región. En la ciudad también se ha creado una fábrica de ladrillos con 200 trabajadores y trabajadoras que no necesita hornos ni madera, cada vez más escasa: se fabrican con tierra, arena y una pequeña cantidad de cemento y agua y se secan al sol. Con esos ladrillos se están construyendo casas para los refugiados y desplazados, que han pasado a formar parte de la comunidad sin que se haya producido rechazo contra ellos.

 

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