Los desafíos humanitarios de la invasión rusa a Ucrania

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Refugiados ucranianos en la frontera con Polonia

Daniel López Acuña

Daniel Lopez Acuña*

A raíz de la invasión iniciada hace una semana por parte de la Federación Rusa a Ucrania, la paz y la seguridad mundial se han visto terriblemente trastocadas, en medio de un mundo golpeado por dos años de pandemia y sus enormes consecuencias sanitarias, vitales, sociales económicas y políticas. Sin duda esta conflagración unilateralmente emprendida por el gobierno de Putin y sus paranoias neoimperiales y su visión de seguridad nacional acarreara enormes consecuencias para el mundo en su conjunto, muy especialmente para los habitantes de Ucrania, muchos de los cuales terminarán sacrificando su vida para resistir la invasión y la eventual ocupación indefinida del país o verán arrasadas las infraestructuras esenciales y sus modos de vida habituales.  También afectara en el corto, mediano y largo plazo a los ciudadanos rusos y los ciudadanos de la Unión Europea y corre el riesgo de convertirse en una conflagración que nos pone en la antesala de una Tercera Guerra Mundial. Pero sobre todo la invasión supone un verdadero genocidio embozado bajo el pretexto de operaciones militares.

Desde el 24 de febrero la violencia armada ha escalado en ocho regiones de Ucrania (Oblasts) y en la capital, Kiev, extendiendo la crisis más allá de las dos regiones del este que estaban afectadas por el conflicto desde 2014. Esto ha producido muertes, lesiones y movimientos masivos de civiles dentro del país y hacia países limítrofes y destrucción y daño de infraestructuras civiles y áreas residenciales. La provisión de servicios públicos está seriamente afectada (agua, electricidad, calefacción y servicios sociales y sanitarios de emergencia) y la vida de millones de personas ha entrado en plena disrupción.

Pero más allá de las dimensiones geopolíticas de esta confrontación, que demandan un denodado esfuerzo de la Naciones Unidas, la Unión Europea y otras potencias Occidentales y Orientales por restablecer la paz lo antes posible, se cierne sobre Ucrania y los ucranianos una ola de miedo, desprotección, devastación y destrucción que plantea enormes desafíos humanitarios de no fácil solución.

En primer término, se produce una agudización de las necesidades esenciales de subsistencia, comida, bebida, techo, sanidad, educación y tantas otras, de millones de personas residentes en Ucrania. Ya no se trata nada más la de los habitantes de la zona del Donbas, Donetsk y Lugansk, al este del país ,que desde 2014, tras la anexión de Crimea y la intensificación del conflicto entre los núcleos de población pro rusos y los sectores de población ucranianos, había dado lugar a acciones humanitarias internacionales puntuales. al amparo de corredores humanitarios garantizados por la ONU. Lo que ahora ocurre esta multiplicado a escala nacional y ocurre en medio de una guerra abierta para resistir la invasión que sufre el país. Esto representa, además, el dramático cierre del espacio humanitario, la imposibilidad de acceder a los territorios y poblaciones afectadas y una dificultad ingente a la que se enfrentan los actores humanitarios para hacer llegar insumos esenciales, para poder establecer ámbitos de operación humanitaria y para poder efectivizar la ayuda a las poblaciones más vulnerables.

En segundo término, el éxodo masivo de mujeres, niños y personas mayores está creando un influjo de refugiados de enormes proporciones que se quedara pálido al lado del influjo de refugiados sirios, afganos e iraquíes que se produjo entre 2015 a 2016. Se estima que han salido ya de Ucrania más de 700.000 personas que han huido hacia países fronterizos como Polonia, Eslovaquia, Rumania Hungría y Rumania y han ido a otros países como Bulgaria, y se ha señalado que el volumen de personas que huya en los próximos días puede llegar fácilmente a los 4 millones de personas.

Estas dos dimensiones de la crisis humanitaria que se produce a raíz de la invasión  supone un doble desafío de no fácil cuadratura pero que requiere de una acción  extraordinaria y decidida de la Comunidad Internacional, bajo la egida de la Organización de las Naciones Unidas, para actuar en términos humanitarios con prontitud, eficacia y  fuera de los cánones habituales de respuestas que dependen de contribuciones voluntarias de donantes humanitarios que suelen ser insuficientes y llegar con retraso. Y  por si fuera poco el reto del acceso efectivo y la consolidación de un espacio humanitario complica enormemente las soluciones eficaces.

No estamos ante una crisis limitada ni olvidada, como muchas de las otras crisis humanitarias, que se han convertido en crónicas y son parte de la geografía del sufrimiento y el desamparo mundial. Esta vez la crisis es de proporciones mucho más amplias: se produce a las puertas del mundo occidental, en un país europeo vecino y requiere de una capacidad de recursos y de diplomacia humanitaria de una magnitud insospechada. Además, ocurre en medio de un escenario de abierto conflicto en un eje neurálgico para la paz y la seguridad del mundo en su conjunto.

La Oficina de Coordinación Humanitaria de las Naciones Unidas ha lanzado un Llamamiento de Urgencia para recaudar apoyos financieros para apoyar a los actores humanitarios de la sociedad civil, del movimiento de la Cruz Roja y la Media Luna Roja y de los propios organismos de las Naciones Unidas para dar respuesta a las necesidades mas urgentes, para emprender  intervenciones humanitarias que salven vidas lo que incluye acciones sanitarias, de ayuda alimentaria , de agua potable y saneamiento, de techo y refugio, de ayuda psicológica, especialmente  dirigidas a mujeres, niños, personas discapacitadas, personas mayores,  familias divididas , personas sin techo , muchas de ellas en desbandada, huyendo a toda prisa y dejando atrás sus casas y sus pertenencias.

Dieciséis millones de personas necesitarán asistencia

No es solamente la destrucción material que vemos en los telediarios y las bajas militares y civiles, sino las dimensiones humanas del sufrimiento y la desprotección a raíz de la destrucción. OCHA ha estimado que 12 millones de personas en el interior de Ucrania necesitarán socorro y protección y que mas de 4 millones de refugiados requerirán protección y asistencia en los países vecinos Y ante ello ha lanzado una convocatoria de ayuda para financiar las acciones humanitarias por un volumen de 1.700 millones de dólares que confluyan en un Fondo Humanitario para Ucrania. Pero no escapa a nadie la dificultad de poder hacer acopio de estos recursos para la acción humanitaria, cuando los recursos hasta ahora disponibles para Ucrania a través de los mecanismos inter agenciales humanitarios son solo 18 millones de dólares y cuando los principales aportantes habituales son las potencias occidentales que se plantean en estos momentos el incremento de sus presupuestos en defensa y seguridad y la ampliación de sus operaciones militares y no un incremento en sus presupuestos humanitarios.

Afortunadamente esta vez la Unión Europea ha respondido razonablemente a la dimensión de la crisis humanitaria de los refugiados ucranianos que buscan protección y santuario en los países vecinos, abrirá las puertas sin someterles a procedimientos burocráticos de solicitud de asilo y asignará recursos a los países que están en la primera línea de acogida. Algo que no se hizo cuando los cerca de dos millones de refugiados de países musulmanes fluyeron hacia Europa en 2015-2016. Ojalá que esto se sostenga y sea un precedente. Esperemos que  sirva de ejemplo para futuras crisis y  que nos acerque a la idea de un nuevo pasaporte Nansen, un instrumento legal para la protección internacional de los refugiados, que proteja no solo temporalmente a quienes huyen de la destrucción, de la guerra y de la violación de los derechos humanos, sino que otorgue un paraguas legal sostenible ,como lo hizo a principios del siglo XX con refugiados y apátridas muchos de ellos rusos,  con los armenios y otras minorías étnicas que huían del genocidio turco y con  personas de mas de una veintena de nacionalidades afectadas por la Primera Guerra Mundial y por los conflictos que le siguieron, y que fue reconocido por más de cincuenta países. 

No hay la menor duda de que la mejor respuesta a la crisis humanitaria será el contender con sus raíces profundas y esto supone el fin de la guerra y la suspensión de la destrucción, la desprotección y el éxodo. Pero aun no se puede visualizar ese escenario y entretanto hay que hacer todo lo que este a la mano y aun más para mitigar el sufrimiento de las víctimas inocentes de la confrontación bélica. El imperativo humanitario de salvar vidas y otorgar protección tiene una dimensión monumental y esto hace necesario que la solidaridad y la diplomacia  humanitaria  se multipliquen para que  las acciones destinadas a proteger a los más vulnerables dentro de Ucrania y a quienes buscan refugio fuera de sus fronteras puedan acometerse lo antes posible.


 

Daniel López Acuña es ExDirector de Acción Sanitaria en Situaciones de Crisis de la Organización Mundial de la Salud. Profesor Asociado de la Escuela Andaluza de Salud Publica. Miembro de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria.

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