Liberar las patentes, la única solución para acabar con la pandemia

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Pilar Estébanez, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria

Pilar Estébanez
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La respuesta a una pandemia -una enfermedad que se extiende por todo el mundo- debería ser coordinada y global. Sin embargo, eso no es lo que está pasando con la respuesta a la pandemia por COVID-19. No hay un solo país libre de la enfermedad, que ya suma 127 millones de casos y 2,78 millones de muertos, pero la respuesta está obedeciendo más a intereses nacionales y económicos que de salud pública. No lo pudo decir mejor Boris Johnson con una frase que pasará a los anales del cinismo: «La razón por la que hemos tenido éxito con las vacunas ha sido por el capitalismo, por la avaricia amigos míos». El primer ministro británico alardeaba así del éxito de la vacunación en el Reino Unido -31 millones de vacunas aplicadas, el 45,94 por ciento de la población- durante una reunión con miembros de su partido. “La avaricia”.

Frente a este éxito del Reino Unido, donde se desarrolló la primera vacuna disponible, la creada por la Universidad de Oxford y fabricada por AstraZeneca, y donde empezó a aplicarse antes que en ningún otro sitio, hay países a los que aún no ha llegado ninguna dosis y donde no se espera que se haga en los próximos meses. En África solo se ha iniciado la vacunación en 21 países, y en la mitad de estos la inmunización es prácticamente testimonial. De 54 países solo en once hay datos de vacunación, aunque muy por debajo de la media europea. Seychelles, con el 27 por ciento de la población vacunada con dos dosis y el 62 por ciento de la población vacunada con una dosis, encabeza la lista de países africanos con inmunización en marcha, pero es poco relevante por ser un país de apenas 96.000 habitantes. El siguiente país es Marruecos, con el 4,8 por ciento de la población vacunada con dos dosis y 7.128.000 vacunas aplicadas. El resto de países no llegan al 1 por ciento de población vacunada, excepto Ruanda, con el 2 por ciento de la población vacunada con una sola dosis.

En total, a día de hoy, en África se ha vacunado a 9.020.289 personas, la mayoría con una sola dosis, lo que representa el 0,6 por ciento de la población de un continente que tiene 1.320 millones de habitantes.

Asia le no va a la zaga. El continente más poblado, con 4.561 millones de habitantes distribuidos en 49 países, solo ha vacunado al 3,2 por ciento de la población: 149 millones de personas, con datos llamativos como la baja tasa de vacunación en Japón, por ejemplo, con el 0,59 por ciento de su población vacunada, apenas 741.000 personas. Gigantes como China o la India solo han vacunado al 5,76 por ciento y el 3,85 por ciento de sus poblaciones respectivamente.

Latinoamérica presenta datos mejores que África o Asia, aunque en algunos países apenas se ha vacunado a la población. De trece países y 422 millones de habitantes solo hay cobertura vacunal destacable en Uruguay, con el 11,9 por ciento de la población con al menos una dosis, Panamá, con el 7,41 por ciento de la población con al menos una dosis, República Dominicana (7,37 por ciento), Argentina (7,37 por ciento), Costa Rica (6,13 por ciento). Un caso excepcional es Chile, que tiene al 47 por ciento de la población vacunada pero mantiene unas tasas muy altas de transmisión y una enorme presión hospitalaria. Brasil, que tiene una tasa de vacunación del 7,5 por ciento, está batiendo récords de contagios y muertos cada día. El 31 de marzo superó los 4.000 fallecidos en un solo día con más de 100.000 nuevos casos, acumulando un total de 12,6 millones de contagios y 317.646 muertes desde el inicio de la pandemia.

Europa, mientras tanto, se enfrenta a serias dificultades para vacunar masivamente a la población, a tal punto que la OMS ha criticado la lentitud de la inmunización en nuestro continente. A pesar de la financiación pública de vacunas como la de AstraZeneca-Oxford y la compra masiva por adelantado de sueros de otros laboratorios, la cobertura vacunal de los países europeos es del 4,9 por ciento de ciudadanos inoculados con dos dosis. España ha alcanzado una cifra algo superior a la media europea, el 5,4 por ciento. Pero estos porcentajes contrastan poderosamente con los datos del Reino Unido, que es uno de los países del mundo con un porcentaje más alto de población completamente inmunizada.

En las últimas semanas hemos asistido a una guerra de declaraciones entre la Unión Europea y el Reino Unido por el incumplimiento de compromisos en cuanto a la entrega de vacunas por parte de AstraZeneca. La farmacéutica ha excusado el incumplimiento de sus compromisos por razones técnicas. Sin embargo hace unos días una inspección de la UE encontró en un almacén de Italia 29 millones de dosis. La respuesta de la farmacéutica es que esas vacunas iban a ser entregadas a la UE y a la alianza COVAX, creada para suministrar vacunas a los países de bajos ingresos. La UE -que ha pagado por adelantado 300 millones de dosis y 100 millones más en caso de ser necesario- ha insistido en que el suministro de vacunas a los países miembros está siendo inferior al pactado.

Qué es COVAX

Cuando se aprobó la fabricación de la vacuna de AstraZeneca la compañía se comprometió a destinar al menos el 64 por ciento de su producción a los países con menos recursos y a COVAX, un instrumento creado en abril de 2020 por la OMS con el apoyo de la Comisión Europea y Francia con el objetivo de que los países de renta baja no queden fuera. Por lo que sabemos, AstraZeneca no está cumpliendo sus compromisos con Europa, pero tampoco con los países con menos recursos, ya que está destinando la mayor parte de su producción al Reino Unido. “La avaricia” que decía Boris Johnson.

La respuesta

La situación es tan injusta que ya en diciembre del pasado año varias organizaciones con sede en el Reino Unido, entre ellas Oxfam y Amnistía Internacional, habían advertido de que en esta carrera se va a dejar atrás a la mayoría de la población mundial.

Ya hemos mencionado que AstraZeneca se había comprometido a reservar una parte importante de su producción a los países pobres, pero es que las otras compañías eran, sobre el papel, aún menos generosas: Pfizer/BioNTech dijo que había reservado el 96 por ciento de su producción a los países ricos. Moderna ha reservado la totalidad de su producción a los países desarrollados. En esta situación los más ricos entre los pobres han acudido a otros países para surtirse de vacunas: Marruecos, Egipto y Sudáfrica comenzaron a vacunar en enero con Sinopharma y algunos países de Latinoamérica acudieron a Rusia para asegurarse el suministro de la vacuna Sputnik V. Varios países europeos, como Eslovaquia, Hungría y la República Checa, han roto la estrategia de vacunación de la UE y han empezado a inmunizar con Sputnik V, y Austria ha decidido también acudir a ese mercado. Alemania ha anunciado que hará lo mismo.

Sin embargo, en esta carrera de sálvese quien pueda, los más pobres no tienen siquiera la opción de optar por vacuna alguna. Ante esta situación, ¿cuál debe ser la respuesta que garantice el acceso de toda la población a la inmunización frente a la COVID-19, sin la cual la pandemia no podrá ser doblegada?

Como ya sucedió con el VIH/SIDA, Suráfrica y la India, con el apoyo de la People’s Vaccine Alliance han solicitado al Consejo de la Organización Mundial de Comercio (OMC) la renuncia a los derechos de la propiedad intelectual de las vacunas y tratamientos para que puedan ser fabricados por laboratorios de otros países y garantizar el acceso a toda la población mundial. Sin embargo, y viendo los antecedentes -pidieron lo mismo cuando aparecieron los primeros antiretrovirales contra el SIDA, y no lo lograron- es poco probable que esta vez lo consigan, aun cuando la OMS se ha mostrado favorable y Biden, presidente de EEUU, se ha mostrado favorable a un levantamiento temporal de las patentes.

Se trata de una cuestión de derechos humanos, como han recordado organizaciones como AI. Al acaparar las vacunas, los países ricos están incumpliendo sus obligaciones respecto de los derechos humanos.

¿Fabricar en otros países?

Según la OMS, en este momento hay más de 170 vacunas en desarrollo. Muchas necesitarían una fuerte financiación para alcanzar la fase de ensayo clínico y posterior producción. No podemos esperar dos, tres o cuatro años, y la producción actual de vacunas es claramente insuficiente, no ya para atender a la población mundial: ni siquiera a los países que disponen de dinero para comprar vacunas por adelantado. Somos 7.837 millones de seres humanos sobre la Tierra en este momento. Serían necesarias al menos un número similar de dosis para inmunizar a toda la población mundial adulta, algo fuera de la capacidad actual.

¿Y si se fabricaran vacunas fuera de la UE y EEUU? Según COVAX hay menos de 10 fábricas de vacunas en África: en Egipto, Marruecos, Senegal, Sudáfrica y Túnez, y aproximadamente 80 instalaciones donde se podrían envasar y etiquetar. Su capacidad sería de menos de 100 millones de dosis anuales, claramente insuficiente. En América Latina la capacidad sería mayor, pero nos encontramos con el mismo problema: tendrían que fabricarse vacunas ya desarrolladas y para ello las compañías tienen que llegar a acuerdos para permitir su fabricación. En España ya se están fabricando vacunas de Moderna (Rovi), viales de AstraZeneca (Insud Pharma), Janssen (Reig Jofre) y se fabricarán las vacunas de Novavax y probablemente de Sputnik V.

Sin embargo, no será suficiente. La decisión tiene que ser la única posible si no queremos que la cifra de muertos siga aumentando y la economía paralizada: liberar las patentes. Hacerlo permitiría que un buen número de países fabrique vacunas suficientes para inmunizar rápidamente a su población e incluso exportar a países que lo necesiten, y aportar además dosis a COVAX para los países más pobres del mundo.

Los que defienden el esfuerzo que los laboratorios han hecho para desarrollar sus vacunas olvidan siempre recordar que la financiación ha sido pública, ya sea con subvenciones directas, ya sea por el pago por anticipado de cientos de millones de dosis. Suelen olvidar también que su creación se ha producido en Universidades o centros públicos de investigación, como la vacuna de AstraZeneca, o como sucedió con la vacuna contra el Ébola. También olvidan que para llegar a ese punto de desarrollo, los laboratorios se han beneficiado de avances científicos alcanzados con anterioridad y compartidos entre la comunidad científica. Sin ese circular libre de ideas, ningún avance científico sería posible.

No podemos permitir que una pandemia que ha matado ya a más de 2,7 millones de personas e incapacitado a decenas de miles, que ha causado el quebranto de la economía y ha enviado a la miseria más absoluta a millones de personas en todo el mundo, se convierta en una oportunidad de negocio gigantesca para unos cuantos laboratorios farmacéuticos. Como tantas veces cuando hablamos de estos temas, no puedo sino recordar el ejemplo de Jonas Salk, descubridor de la primera vacuna contra la polio, que rechazó patentarla y cedió su formulación a la Humanidad para acabar con una enfermedad que mataba a miles de niños cada año en todo el mundo y provocaba secuelas físicas a decenas de miles más. 

De vez en cuando conviene echar la vista atrás para recordar a Salk y reafirmar que la salud es un derecho, no un privilegio.

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