Europa mestiza: el fútbol como metáfora

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Héctor Alonso @hdelosrios2Héctor Alonso

La Final del Mundial de Fútbol que ha finalizado hace un par de días podría considerarse como una metáfora de la realidad que vive Europa en este momento. Se han enfrentado Francia y Croacia, dos países que encarnan dos formas completamente opuestas de entender la Nación, la emigración y la solidaridad. Dos estilos completamente distintos que marcan las dos tendencias que luchan por imponerse en Europa.

Muchos espectadores, privados ya de la posibilidad de ver a su selección disputar la final, decidieron apoyar a Croacia, un país que recogió la simpatía que se suele sentir por el más débil. Algo más de cuatro millones de habitantes contra el gigante francés, con más de 66 millones de habitantes. David contra Goliat. La presidenta croata, Kolinda Grabar, se convirtió en una de las personalidades de este Mundial una vez publicitada convenientemente su decisión de usar sus vacaciones para acudir al Mundial, que se pagó además, de su bolsillo. Simpática, llamativa, vestida con los colores de Croacia, ha sido foco constante de las cámaras durante los partidos que disputó la selección croata.

Sin embargo, volviendo a lo que decíamos al principio sobre las dos formas que tienen Francia y Croacia de entender Europa, convendría recordar que Kolinda Grabar es una de las más acérrimas enemigas de facilitar, aunque sea mínimamente, la llegada segura o el tránsito de los migrantes africanos que tratan de llegar a Europa. Fue de las primeras políticas europeas en defender la necesidad de impedir físicamente el tránsito de migrantes, mediante la construcción de vallas si fuera necesario. Se opuso firmemente a las cuotas para distribuir a los refugiados en los países de la Unión Europea. Es, además, simpatizante del fascismo croata. 

Macron, por su parte, no es tampoco un campeón de la solidaridad con los migrantes. En febrero su gobierno aprobó medidas restrictivas sobre la emigración y el derecho de asilo, y permaneció “desaparecido” durante varios días mientras transcurría la crisis del Acuarius, dejando solo al presidente español en su decisión de acoger a los más de 600 migrantes que viajaban en el barco, hasta que la presión de la opinión pública francesa le hizo dar un paso adelante para ofrecer a los magrebíes que viajaban en el Acuarius la posibilidad de solicitar refugio en Francia. Macron no es, efectivamente, un campeón de la solidaridad con los migrantes, pero está más cerca de Pedro Sánchez que de Matteo Salvini, el fascistoide vicepresidente y ministro italiano del Interior con el que la presidenta croata tiene muchos más puntos en común. 

Esas son las dos visiones que hay ahora en Europa sobre la migración irregular, un drama que ha costado, sólo en lo que va de año, más de 600 muertos en el Mediterráneo: la política de restricciones y control, con momentos puntuales de solidaridad, y la cerrazón total aún a costa de la vida de los que tratan de llegar a Europa. 

Francia ha encarnado durante décadas el ideal de la solidaridad y la acogida. Sólo hay que ver la selección con la que ha ganado el Mundial: la práctica totalidad son hijos de migrantes africanos. España ha sido durante mucho tiempo un país “productor” de emigrantes. La sociedad española, además, se ha manifestado claramente por la solidaridad, el apoyo y la acogida de refugiados y migrantes. Ésta es la línea que debería seguir Europa. Y Francia debería, para respetar su propia Historia y su propia realidad, situarse en el bando de la solidaridad. El domingo pasado fue la metáfora perfecta del enfrentamiento entre la Europa del mestizaje, la nueva Europa, y la Europa cerrada en sí misma, guardiana de sus esencias rancias y antiguas. La Europa egoísta. 

 

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