En tierra de nadie

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En tierra de nadie
En tierra de nadie

Miles de refugiados sirios viven en una zona desmilitarizada entre Siria y Jordania de la que nadie se hace responsable
Cerca de 60.000 sirios están actualmente atrapados en Rukban y Hadalat, dos campamentos improvisados ​​en una árida franja del desierto en la frontera entre Siria y Jordania. Es una tierra de nadie, sin ley, donde la salud, la alimentación y el agua son bienes preciados. Son lugares gobernados por la violencia y el miedo, amenazados por la enfermedad y donde hasta la sombra es difícil de encontrar. Con temperaturas diurnas superando los 40 grados, el mes de ayuno del Ramadán, que comenzó esta semana, será particularmente agotador.
En tierra de nadie

60.000 sirios viven en la zona desmilitarizada entre Siria y Jordania

Estos campamentos improvisados ​​están emparedados entre dos crestas de tierra y arena (bermas). La frontera internacional, sobre la base de la línea de Sykes-Picot 1916, debe estar en algún lugar entre esos muros de contención, construidos por las autoridades sirias y jordanas para delimitar una zona desmilitarizada. En las últimas semanas, ha quedado claro que estos campamentos no son temporales, sino que sus habitantes, y los que llegan todos los días, están aquí para quedarse. La poca ayuda que reciben es desorganizada y poco eficaz.

Jordania deja pasar la frontera a entre 100 y 200 personas cada día. Sin embargo, algunos sirios están optando por quedarse en esta tierra de nadie, por temor a ser mal recibidos en Jordania o a ser devueltos a Siria. Según las agencias internacionales, la población de estos asentamientos podría alcanzar los 100.000 habitantes a finales de año. Estas organizaciones están construyendo una zona de servicios en el lado jordano, que servirá como base para el suministro de bienes y servicios. A menos que se encuentre una solución al conflicto, desde las organizaciones internacionales creen que sus instalaciones serán permanentes.

A mediados de 2014, Jordania, que alberga a unos 650.000 refugiados sirios registrados, selló sus puntos fronterizos de Rukban y Hadalat. Eso detuvo a los sirios, pero no su voluntad de huir. Muchos se dirigieron a Jordania, pero encontraron las fronteras cerradas. Poco a poco, una comunidad de refugiados se fue instalando en la frontera oriental del país: 5.000 personas en noviembre pasado y otros 20.000 en enero de este año. Las cifras se han triplicado desde entonces y ahora más de 60.000 personas están atrapadas allí. Los datos proceden de las imágenes de satélites, ya que el acceso a la zona está prohibido. Muchos llevan más de seis meses esperando para poder cruzar la frontera.

En marzo de este año, Jordania comenzó a dejar pasar a varios centenares de sirios cada día. En menos de tres meses, casi 20.000 han llegado al campo de Azraq, no lejos de la frontera. Pero Azraq ha alcanzado su capacidad máxima. El número de personas que entran en Jordania ha disminuido significativamente desde un máximo de 400-500 al día a mediados de mayo. Aunque los funcionarios de fronteras dicen que todavía están llegando refugiados, que son sometidos a estricos controles de seguridad, es poco probable que las decenas de miles de personas en tierra de nadie puedan entrar en Jordania. Un miembro de una agencia humanitaria aseguró que «estas personas serán abandonadas en el desierto».

Supervivencia del más apto

El destino de estas personas olvidadas depende de una infraestructura frágil, que podría interrumpirse. Viven en un área de desierto quemada por el sol, sin agua corriente, autoridades y ni apenas instalaciones. En el lado jordano de la berma, las agencias de ayuda disponen de clínicas móviles, provisión de alimentos y, en menor medida, el apoyo psicosocial. El agua es traída en camiones y se distribuye individualmente a personas que luego tienen que llevarla de vuelta a sus tiendas. Hay un poco de atención materna y de los programas de salud y campañas de vacunación infantil. Los paquetes de alimentos se distribuyen cada dos semanas, pero las instalaciones no están disponibles para más de unas pocas horas al día.

Suheiya y sus seis hijos llevan cuatro meses en el campamento. Ella tiene 42 años y cuenta que dejaron Alepo después de que su casa fuera destruida por los bombardeos rusos. Llegaron a este asentamiento escondidos en la caja de un camión que transportaba ovejas. «La situación es muy dura», dice Suheiya. Pasó las primeras semanas encerrada con sus hijos en la tienda, asusados. Ahora cuenta con la protección de su cuñado, porque su marido aún está en Siria. «Hay bandas que controlan todo y roban las ayudas. Al principo nos robaron todo».

La zona norte de la berma no se considera como territorio jordano, por lo que las autoridades jordanas no operan  oficialmente allí, y los organismos humanitarios tampoco, por razones de seguridad. En ausencia de una autoridad, funcionan las dinámicas de poder tribal. Se han producido ya crímenes violentos y disturbios debido a la escasez de la ayuda.

La gente se ha organizado por área de procedencia, para ayudarse entre sí en la distribución de la ayuda. En otras ocasiones llegan ayudas privadas, pero se quedan al otro lado de la frontera, lo que hace la distribución caótica y peligrosa, porque la gente tiene que caminar bajo las altas temperaturas.

Los trabajadores humanitarios están reportando altos niveles de malnutrición entre las personas que llegan a Azraq, aunque la situación de la población que lleva tiempo viviendo allí es más difícil de evaluar. La diarrea es común, y las mujeres dan a luz en condiciones penosas, sin atención médica.

Las autoridades jordanas consideran a los refugiados que no tienen intención de solicita asilo en Jordania «alborotadores», que se aprovechan de la ayuda humanitaria. También creen que entre ellos hay miembros del Estado Islámico.

Dilema moral

Para las organizaciones humanitarias, la ambigüedad contribuye a un complejo dilema moral. No es inusual para las personas vulnerables a quedarse relegados cuando se distribuye la ayuda, pero en la mayoría de los contextos de los trabajadores humanitarios son capaces de llegar a la comunidad y mitigar los riesgos. Aquí, sin embargo, los trabajadores no tienen acceso constante a las personas a las que están ayudando. Y saben que hay nepotismo, robos y extorsiones. También son conscientes de que su presencia allí podría estar atrayendo a más refugiados. Los más débiles no podrán tener acceso a la ayuda.

El área de servicio que actualmente se está construyendo está coordinada por ACNUR, el Programa Mundial de Alimentos y el Comité Internacional de la Cruz Roja. Se espera que puedan hacer frente a los problemas actuales y lograr una distribución más equitativa de la ayuda.

Pero de momento, no se están abordando los problemas de fondo: los refugiados no pueden entrar fácilmente en Jordania, y los humanitarios no pueden acceder a la comunidad. Saben que la situación es perversa: es inaceptable trabajar en esas condiciones pero también es inaceptable no hacerlo.

Ficción legal

Human Right Watch podría poner en serios aprietos al gobierno de Jordania, tras haber analizado las imágenes de los satélites y los mapas de la ONU. Esta ONG cree que la frontera internacional está exactamente en el centro, entre los muros de contención. Los dos campamentos estarían situados, entonces, en la parte jordana. Jordania rechaza este análisis, porque implicaría entonces que los refugiados están técnicamente dentro de su territorio, con lo que gozarían de la protección como refugiados, según el Derecho Internacional. Ello sumaría de golpe a miles de refugiados más al contingente de refugiados que ya acogen. Para Human Right Watch da igual lo que alegue Jordania: ese país está ejerciendo de facto como responsable de esa «tierra de nadie» al ejercer el control extraterritorial al decidir quién entra y quién no. Para HRW el concepto de «tierra de nadie» es una ficción legal.

«Cuando un Estado ejerce control sobre las personas, tienen la responsabilidad de proteger y defender los derechos de esas personas. No se puede declarar un territorio como una zona sin derechos».

Sin embargo, Jordania tiene cada vez menos capacidad para acoger a más refugiados. Las agencias que trabajan en la zona consideran que necesitarán 117 millones de dólares para cubrir tan sólo las necesidades más básicas de esas personas durante lo que queda de año. Hay pocos precedentes de semejante número de personas atrapadas en una zona desmilitarizada entre dos países. Las ONG saben que se trata de encontrar la solución menos mala al problema.

Lee la historia original en inglés

Traducido por Héctor Alonso

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