El horror cotidiano

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Héctor AlonsoHéctor Alonso

Al menos 49 civiles muertos por un probable ataque químico efectuado el sábado y atribuido al ejército de Siria en la ciudad de Douma; jóvenes tiroteados por el ejército israelí en Gaza (van dieciséis muertos) mientras protestaban… Éstas son las noticias que se vienen produciendo en los últimos días y que reflejan los periódicos y provocan indignación en las redes sociales. Es parte del horror cotidiano al que parece que nos vamos acostumbrando. Lo de Douma ha hecho que el presidente Trump amenace con bombardear Siria, como sucedió en abril de 2017 tras un ataque similar en el que murieron decenas de civiles en la ciudad de Jan Seijun, al noroeste del país. Hoy se espera una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU para tratar sobre el tema, mientras Siria y Rusia, su aliado, niegan el ataque. Nada nuevo, lo habitual.

Mientras, en otras partes del mundo, el horror ni siquiera nos es cotidiano, no nos llega la información, no interesa.

En Italia uno de los pocos barcos que salvaban gente en el Mediterráneo, el Open Arms (“brazos abiertos”), fletado por una organización catalana, permanece inmovilizado mientras su capitán se enfrenta a una acusación de favorecer la inmigración ilegal. En las islas griegas los migrantes y solicitantes de asilo permanecen encerrados sin que se hayan cumplido los compromisos para trasladarles al continente y tramitar sus solicitudes de refugio.

En Bangladesh casi 600.000 personas que se vieron obligadas a abandonar Myanmar, donde son consideradas apátridas, aguardan la llegada del monzón que puede convertir sus campamentos en trampas mortales a merced de la lluvia, los corrimientos de tierras y las inundaciones. 

Uganda se ha convertido en el mayor campo de refugiados del mundo: 1,25 millones de personas ha llegado al país en los últimos dos años. Tan sólo en 2016 Uganda recibió más refugiados que toda la Unión Europea. Han buscado refugio en ese país casi un millón de sudaneses del sur y ahora están llegando masivamente refugiados procedentes de la República Democrática del Congo, 70.000 en lo que va de año. Las condiciones en las que viven los refugiados son terribles, razón por la cual el país se enfrenta en este momento a un brote de cólera que ha matado ya a más de 40 refugiados congoleños y que se suma al brote sufrido el pasado año, con decenas de muertos.

Yemen. ¿Quién se acuerda de Yemen? En su tercer año de guerra las cosas en este país, uno de los más pobres del mundo antes del conflicto, no dejan de empeorar. En 2017 se produjo en Yemen la mayor epidemia de cólera que se recuerda, con más de un millón de casos. La guerra  ha provocado el desplazamiento de más de dos millones de personas, tres cuartas partes de las cuales son mujeres y menores de edad. La mayoría lleva más de tres años fuera de sus hogares, sin recursos, dinero, vivienda, acceso a una alimentación adecuada, medicamentos o incluso agua. La mayoría de estas personas sobreviven mendigando alimentos y viven en alojamientos improvisados en edificios sin terminar. No tienen combustible ni forma de combatir el frío. Los bloqueos de los puertos y carreteras suponen enormes dificultades para hacer llegar la ayuda humanitaria a una población constantemente al borde de la hambruna. Se considera que el país ha perdido ya una generación por los terribles daños que está sufriendo la infancia. 

Sudán del Sur, el país más joven del mundo, ha conocido más años de guerra que de paz: Sudán del Sur nació en 2011 y en 2013 empezó una guerra civil que ha matado a decenas de miles de personas y ha obligado a desplazarse de sus hogares a más de 4,5 millones de personas, un millón de las cuales han tenido que escapar a los países vecinos. La mitad de las escuelas están cerradas o destruidas y tres cuartas partes de la población es analfabeta. Sudán del Sur está ya considerado como “un Estado fallido”, uniéndose a la lista formada por Afganistán, Eritrea, Somalia, la República Democrática del Congo o Libia. Sí, Libia, ese país al que la Unión Europea está devolviendo a los migrantes interceptados en el Mediterráneo. Ya digo, el horror cotidiano.

 

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