Dengue, esa enfermedad re-emergente que nos pillaba tan lejos

En un mundo globalizado las distancias se difuminan y se relativizan a nuestro antojo. Dar la vuelta al mundo, técnicamente hablando, puede llevarnos menos de 24 horas sin hacer paradas, por tanto, en materia de enfermedades infecciosas (en lo que a importación/exportación de las mismas se refiere) casi nada puede sorprendernos y “los bichos” que ayer estaban allí hoy están aquí y viceversa. Esto no es ningún secreto. Sin embargo, pocas veces tomamos conciencia de que uno mismo, así, a título individual, puede ser el vehículo de uno o varios microorganismos y generar un brote al retorno en nuestros lugares de origen (siempre que el resto de factores necesarios para que esto ocurra estén presentes…).  

Una vez más nos echamos las manos a la cabeza al descubrir que enfermedades tan lejanas a España como lo es (o lo era) el dengue, empiezan a colarse en nuestro territorio, como los tres casos autóctonos de dengue notificados recientemente en España. Pero en realidad era un secreto a voces esto de que las condiciones ambientales y el número creciente de personas que van y vienen a áreas endémicas de ésta (y otras muchas) enfermedades con potencial para “importar y exportar bichos” acabarían siendo, si no la tormenta perfecta, al menos una alineación de planetas de lo más favorable para que empezáramos a ver casos autóctonos de algunas de estas arbovirosis (virus transmitidos por vectores) en nuestro país. Basta hablar con alguna entomóloga/o, epidemióloga/o  que, aunque no siempre con demasiado apoyo, llevan años haciendo vigilancia de vectores (mosquitos en este caso) y casos clínicos (pacientes) en España.

En cualquier caso, no es la primera vez que ocurre en la cuenca mediterránea una alineación de planetas similar (véanse los brotes de Dengue autóctonos en Francia en los años 2008-2009, Chikungunya en Italia -2007 y 2017-, etc.). 

Sin embargo, con más de un tercio de la población mundial viviendo en zonas de riesgo de infección, el virus del dengue es una de las principales causas de enfermedad y muerte en los trópicos y subtrópicos. Es, probablemente, la enfermedad tropical que más se ha expandido en los últimos 30 años con la expansión del vector por todo el mundo (directamente relacionado con el transporte de mercancías y movimientos humanos) con presencia en las Américas, Caribe, Asia, Pacífico y cada vez más zonas del continente africano.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que entre 50 y 100 millones de infecciones ocurren anualmente en el mundo, incluyendo hasta 500.000 casos de fiebre hemorrágica por virus del dengue y hasta 22.000 muertes anuales, la mayoría en niños. Como siempre que hablamos de enfermedades tropicales en las que intervienen factores socioambientales, los que menos opciones tienen (acceso a agua potable, canalización, gestión de residuos, etc), son siempre los más vulnerables. Así que cuando estas enfermedades “se acercan a nosotros” sin movernos de casa, en el momento de hacer reflexión  de nuevo. Sólo hay que echar un vistazo a las cifras de dengue en Yemen o entre la población Rohingya refugiada en Bangladesh tras huir de Myanmar, para darnos cuenta de que en las zonas en conflicto con climas favorables y con pocas posibilidades de establecer programas de control vectorial, la población ya de por si vulnerable, se hace aún más frágil ante esta suma de amenazas externas. 

Así las cosas, la emergencia y reemergencia de enfermedades que llaman a nuestras puertas, deben servirnos de señales de alerta para tomar conciencia de la dimensión mundial de la fragilidad humana y de responsabilidad individual tanto en cuanto todos somos seres potencialmente desestabilizadores en nuestro estar y nuestros movimientos a lo largo y ancho del planeta.