Las duras condiciones de vida de los desplazados por la guerra en esa región podría ser una bomba de relojería
Ya se ha confirmado el primer caso de COVID-19 en el noroeste de Siria, la región que aún resiste al empuje del Ejército de Siria y donde se han refugiado los rebeldes y decenas de miles de personas en los últimos meses.
Las condiciones en las que viven los habitantes de esa región y las decenas de miles de desplazados son extremadamente precarias y con escasos recursos e infraestructuras sanitarias. Por ejemplo, no llegan a 30 las camas de cuidados intensivos y solo hay diez respiradores para adultos y uno pediátrico.
Tampoco hay suministro de agua corriente accesible a todo el mundo, sobre todo en los campamentos de refugiados, lo que impide mantener la limpieza de manos y tampoco es posible observar el distanciamiento social, dado el hacinamiento de los desplazados, muchos viviendo en edificios abandonados o escuelas.
A esta situación hay que sumar que los niños padecen desnutrición crónica, según han alertado las organizaciones que trabajan en la zona, y que muchos no han sido vacunados en los últimos años.
Por estas razones las organizaciones piden que se garantice el acceso total a las comunidades de desplazados para tratar de minimizar en lo posible el impacto del coronavirus, proporcionar información sobre cómo protegerse, así como medios para hacerlo, como jabón y otros artículos de higiene personal.
“Las familias en el noreste de Siria ya han vivido horrores inimaginables: debemos actuar ahora para darles la mejor oportunidad de combatir el coronavirus», ha pedido Sonia Khush, directora de respuesta de Save the Children en Siria.