Así que quieres ser médico cooperante…

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Alex Martín, médico y cooperante

Mozambique, Angola, Ghana, Tanzania, Sierra Leona, Sudán del Sur, Nigeria y Guinea Bissau. En ellos he trabajado como médico -voluntario, pero la mayoría de las veces como cooperante. Y en calidad de lo mismo he estado en el Amazonas boliviano y en Jordania. Malawi fue una excepción, ya que allí fui en 2017 con motivo de un curso sobre Pediatría Tropical de Médicos sin Fronteras. Por su parte, en Panamá hice una rotación en un hospital pediátrico y en un Centro de Salud del extrarradio de la capital mientras cursaba la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria.

A estas alturas creo tener alguna idea acerca de los motivos por los que un médico escoge este tipo de trayectoria profesional y, sobre todo, vital. Quiero sólo dar unas pinceladas en esta materia, siendo muy consciente de que, como en todo, generalizar sería obviamente un error.

Malakal, Sudán del Sur. Febrero de 2016. El infierno se desata inesperadamente cuando justo fuera de la tienda que hacía de hospital para los refugiados se oyen ráfagas de disparos y cómo la gente huye para ponerse a salvo. Y lo intenta saltando las altas vallas con alambradas de púas que formaban uno de los límites del recinto de los cascos azules, en donde estaba situado el hospital. El único acceso alternativo lo mantenía cerrado las tropas de la ONU y no fue sino hasta pasada al menos una hora cuando se dignaron abrirlo, por la que entró un flujo de miles de personas -madres, niños, abuelos, personas en general de diversas etnias y condición. Súbitamente se llenó el hospital de heridos de bala y machete, a muchos de los cuales pudimos estabilizar y salvar. Pero también nos llevaron cadáveres, que tuvimos que apilar en la pequeña tienda anexa que hacía las veces de morgue. Fue necesario reacondicionar las estancias del hospital para recibir a los nuevos pacientes, relegando al fondo  a aquéllos que estaban ya internados, dando altas anticipadas a muchos de ellos por la falta de espacio y clasificando a los heridos con un sistema de triage específico para estos casos. 

Recuerdo que, como todos los días, esa mañana me había levantado hacia las 6:15, y que no pude acostarme sino hasta las 4 de la madrugada del día siguiente. En todo ese tiempo estuvimos trabajando de forma casi ininterrumpida y me percaté al final de que no había orinado ni una sola vez. De hecho, nunca sentí las ganas. Estaba tan deshidratado que para la jornada siguiente sorbía constantemente de una botella con sales de rehidratación oral y así, a pesar de los 48ºC a la sombra, pude trabajar bastante mejor. 

Siempre agradecí que no nos hiciesen evacuar a la capital a los expatriados en esos momentos tan difíciles. Hubiera significado el dejar a su suerte a nuestro equipo nacional, cuyos componentes eran ellos mismos refugiados también. Se decidió finalmente evacuar sólo a un pequeño grupo, quedándose en Malakal unos pocos, a modo de «skeleton team», es decir, un equipo mínimo, entre los que afortunadamente me encontraba.

Posiblemente lo que resumo con respecto a lo vivido en Malakal sea paradigmático del tipo de razones por las que mucha gente ve a los cooperantes como héroes. Yo no comparto esa opinión. En absoluto. Diría más bien que somos personas realmente afortunadas porque ¿acaso no son escasísimas las profesiones en las que puedes estar ejerciendo el tipo de trabajo que quieres hacer, en el tipo de entornos que te atraen y, sobre todo, con el tipo de comunidades con las que quieres trabajar y, encima, te pagan por ello? Creo que la única «heroicidad» estribaría en el número de horas que le echamos, prácticamente siete días a la semana, durante meses. Por otra parte, Malakal no sería paradigmático del tipo de entorno en la que el cooperante irá las más de las veces a trabajar. Le tocará desplazarse también a zonas muy tranquilas en las que el acceso a la salud está ausente o, por ejemplo, en el que debe contribuir a paliar situaciones de epidemias o de malnutrición.

Malakal, Sudán del Sur, 2016. El personal del hospital, nativo del país, se quejaban mucho del comportamiento habitual de otro médico expatriado, ya que éste solía gritarles constantemente. Sabíamos perfectamente  y máxime en este contexto, que el respeto y las formas en general debíamos cuidarlos al máximo. Fui testigo de esa actitud en más de una ocasión e informé a uno de nuestros superiores al respecto, aunque sin mucho resultado. Y el peor momento fue cuando obligó a un paciente de 18 años en la pequeña sala de Urgencias a levantarse de la camilla sobre la que se hallaba acostado. El paciente tenía una gran afectación general, con una disfunción hepática avanzada con ascitis a tensión, y le producía mucho dolor el intentar incorporarse. Murió en menos de 48 horas desde el ingreso.

Yobe State, Nigeria. Año 2017

Kabala, Sierra Leona, 2015. La epidemia del ébola daba sus últimos coletazos en el país cuando fui allí a trabajar por unos meses. Aparte del trabajo puramente clínico, tenía a mi cargo -supervisión y formación- a un equipo nacional compuesto por «Clinical Officers», enfermeros y personal de mantenimiento en un centro en que se admitían pacientes sospechosos de haber contraído la enfermedad. A las pocas semanas de llegar, reparé en que una de las integrantes del personal de mantenimiento se veía siempre muy débil, triste y prácticamente incapaz de llevar a cabo su trabajo. Para la enfermera expatriada -que estaba en el lugar desde antes de mi llegada- se trataba sólo de una persona muy perezosa y quejumbrosa. Aún peor, se mofaba de ella directamente, dándole a entender, por ejemplo, que quizá había tenido demasiado sexo la noche anterior y que por ello no era capaz de trabajar al día siguiente. La trabajadora rompía en llanto cada vez que lo hacía. El resto del personal era testigo y estaba muy indignado. 

Aparte del aspecto ético y humano en sí, había otra cosa que me inquietaba. Algo no andaba bien en cuanto a la salud de la trabajadora. Le hice una exploración física, tras lo cual pensé en lo peor, sospecha que poco después se confirmó una vez que la envié al hospital para hacerse unas pruebas concretas. La paciente padecía una tuberculosis pulmonar y SIDA. Se la puso inmediatamente en tratamiento mientras se la dio de baja temporal por enfermedad. A las pocas semanas era una persona completamente diferente, muy activa, contenta y bromeando constantemente. La visitaba de vez en cuando mientras estuvo recuperándose en su casa. Pero tras mi partida por Fin de Misión supe que esta persona finalmente había fallecido, No había tenido ningún tipo de seguimiento posteriormente. Tenía 23 años y un niño de cinco.

Uige, Angola, 2005. Nuestro coordinador de terreno  se enfadaba conmigo porque solía ofrecerle un café a la asistenta de la casa en la que nos alejábamos. Ella debía andar todas las mañanas dos horas para llegar y no tenía derecho a un mísero desayuno. El coordinador, además, maltrataba con gestos y gritos a los trabajadores eventuales que contrataba para ayudar a levantar las tiendas que hacían las veces de salas de hospital. Tanto era así que un buen día los empleados, algunos de ellos ancianos del lugar, no se presentaron a su puesto de trabajo. No le importó demasiado el revés al coordinador, ya que en seguida contrató a otras personas del poblado para que los sustituyeran, conocedor de la situación de necesidad en la que se hallaban.

Desafortunadamente los ejemplos que describo son unos pocos de los muchos que podría exponer y que son también parte del tipo de situaciones a las que tarde o temprano nos enfrentaremos siendo cooperantes en terreno. Y el maltrato, cuando se da, no tiene que ser sólo hacia los beneficiarios, sino que también ocurre entre los propios expatriados, en especial mediante el abuso de poder. Esto es especialmente delicado, ya que no es lo mismo que algo así nos ocurra en nuestro entorno cotidiano. Aquí estás a miles de kilómetros de distancia y la víctima, aparte de que debe denunciar la situación a sus superiores, hace falta que posea una buena fortaleza interior para lidiar con ello. El afectado puede llegar a sentirse muy aislado, aunque no esté solo, máxime si no hay un verdadero espíritu de equipo entre los expatriados, lo que tampoco es muy infrecuente: en el caso de equipos grandes se conforman de manera espontánea pequeños grupos que no suelen mantener una buena comunicación entre sí. En estos casos buena parte de la responsabilidad y manejo del problema recae en los que tienen puestos de coordinación, aunque en ocasiones son precisamente ellos los que han tenido el comportamiento inadecuado.

Changara (Tete, Mozambique). Año 2000

La vida del cooperante entraña también la creación inevitable de nuevos vínculos de amistades, tanto locales como extranjeros y, desde luego, nuevos vínculos profesionales. Esto, a lo que personalmente no le daba demasiada importancia, es algo que hoy en día valoro bastante, en especial en lo que atañe a contactar con personas de gran valía humana que, de no ser por el tipo de trabajo, habría sido difícil encontrar. Es como un «plus» con el que en un principio no contabas y que le otorga a la experiencia un tinte muy positivo a nivel emocional. 

Como era de esperar, la otra cara de la moneda vendría a ser la pérdida paulatina, casi imperceptible, del contacto con personas -amistades, familiares- con las que previamente te relacionabas. Cada vez que vuelves de alguna misión, alguno de ellos puede haberse mudado de ciudad -o de país-, puede haber cambiado mucho su vida, teniendo ahora que ocuparse de hijos, o sencillamente fue perdiendo el interés por ti debido a tus largas y constantes ausencias. Os podéis imaginar lo que ocurre en el caso de las parejas, en que uno de sus componentes se queda en su país mientras el otro está ausente durante una temporada más o menos larga y de forma más o menos constante. Tarde o temprano suele resentirse la relación, incluso en el caso de que ambos sean cooperantes si no pueden coincidir habitualmente en el mismo destino, si bien  es verdad que ocasionalmente te toparás con parejas -incluso con hijos- que viajan como tales a las distintas misiones que les sean asignadas. 

Al principio suele suceder que a tu vuelta tus allegados se interesen por tus experiencias en terreno. No harán falta muchas más salidas para que empieces a notar que, aunque te pregunten por las vivencias de tu última misión, en seguida te das cuenta de que realmente no les interesa lo que tengas que contar. Y es normal que así suceda. De alguna manera estás dejando de formar parte activa de una comunidad, estás dejando de vivir experiencias en común, de reír con sus risas y de llorar con sus penas. Estás dejando de ser para ellos. 

Y desde luego no se les puede culpar. Tú estás eligiendo este camino junto con todo el equipaje que conlleva. Tú eres el que se está alejando. Una y otra vez. Como si las personas que conforman tu entorno íntimo, inmediato, no fuesen lo suficientemente valiosas como para disfrutar de su compañía. Al final, no es fácil y puedes estar -muy probablemente- equivocándote.

Pero también puede ser que no te veas haciendo otra cosa, viviendo unas vidas que no parecen haber sido hechas para ti, viviendo una vida que sería sólo una sombra de ti. Como en casi todo, un precio había que pagar.

Se pueden enumerar situaciones varias en las que todo parece encajar con la idea generalizada que existe sobre lo que experimenta habitualmente el cooperante: la acogida tan afectuosa y esperanzada de las poblaciones beneficiarias, los gestos y miradas de contento/curiosidad/pavor/extrañeza de los más pequeños al verte llegar, la sonrisa de los pacientes aliviados tras una larga temporada en el hospital, el paso de la apatía a la alegría de los pequeños con desnutrición aguda severa una vez que empiezan a recuperarse, los pequeños regalos con los que te obsequian aquéllos que no tienen nada por el simple hecho de que te has fijado en ellos… Todo ello es cierto, sí -y afortunadamente. 

Pasión por la Medicina Tropical

Pero hay algo más. Si realmente eres médico por vocación y, más aún, te apasiona la llamada Medicina Tropical, inevitablemente el reto que suponen en terreno los diagnósticos diferenciales, el manejo de los casos complejos y la historia natural de las enfermedades endémicas en la zona, no puede sino engancharte a este estilo de vida tan singular. Entidades que normalmente sólo conocías a través de los libros o con las que muy difícilmente te toparías en nuestro país empiezas a reconocerlas y a manejarlas dentro de tus posibilidades: leishmaniasis visceral (Kala Azar) y cutánea, ántrax, rabia, tétanos (no sólo neonatal), mordeduras de serpiente, dracunculiasis, tuberculosis (meníngea, ósea, ganglionar…), criptococosis en pacientes con SIDA, malaria cerebral, fiebres hemorrágicas (ébola), linfoma de Burkit y tumor de Wilms, fiebre tifoidea, úlcera de Buruli, difteria, etc.

La falta de medios -sobre todo herramientas diagnósticas-, si bien para el paciente resulta ser un obstáculo importante, para el médico cooperante significa un entrenamiento fundamental. A medida que vas ganando en experiencia, tu ojo clínico se desarrolla como no te habrías imaginado poco tiempo antes. Y eso te permite un abordaje más rápido y acertado de casos a los que tarde o temprano te habrás de enfrentar. Básicamente, esa celeridad salva vidas.

A modo de ejemplo y de tema de reflexión, diría que uno de los retos más difíciles en este sentido es el manejo adecuado de los niños con desnutrición severa, ya sea como marasmo, kwashiorkor o sus presentaciones intermedias. Aún hoy en día sigue habiendo muchas dudas, en especial en lo que se refiere a su tratamiento: lo que en estos momentos parece ser una terapia eficaz, mañana se objetiva como errónea y se plantean nuevos enfoques. Esto es así porque se trata de organismos tremendamente frágiles, que no perdonan fallos, siendo aquí un pequeño error el equivalente a una muerte casi instantánea, o, como mínimo, a una recuperación mucho más lenta y en consecuencia una mayor probabilidad de afectación por gérmenes oportunistas potencialmente fatales. No olvidemos que la principal causa de inmunodeficiencia a nivel global es precisamente la desnutrición. 

El tema me resulta personalmente muy atractivo y lo considero un reto de primera magnitud dentro de la medicina que practicarás en terreno. Se dice que el término «kwashiorkor» proviene de una lengua originaria de Ghana y que significa «el segundo hijo»: el nacimiento de un segundo hijo conlleva muchas veces el descuido -no intencionado- del primero por parte de la madre, y es este último el que cae enfermo. 

Habría muchos más aspectos que apuntar referente al trabajo y el día a día de un médico cooperante, que inevitablemente variaría con el contexto y circunstancias en general, pero no querría que este artículo se extendiese demasiado.

Y en cualquier caso, como sospecho que estás a punto de partir para tu primera misión, no te robo más tiempo y te deseo la mejor de las suertes. Por mi parte lo más probable es que salga para Sudán en breve. Igual nos vemos allí.

 

1 COMENTARIO

  1. Hay que ser valiente para ir lejos de la seguridad y comodidad de casa, para ayudar a los más necesitados. Gracias por compartir tu vida, pasión y conocimientos con los demás Alex.

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