Un año después de la aparición de los primeros casos de COVID-19 en África la mortalidad está aumentando con fuerza: en el último mes se ha registrado un 40 por ciento más de fallecimientos, lo que eleva la cifra total a 100.000 muertes desde el inicio de la pandemia. En los últimos 28 días se han contabilizado 22.300 fallecimientos. Una de las preocupaciones en el continente es la aparición de nuevas cepas más contagiosas, como la cepa sudafricana.
Ya son 32 los países africanos que han reportado un aumento de los casos en el último mes. Otros 21 tienen de momento tasas de crecimiento planas, o incluso están reduciendo los casos. La tasa de mortalidad en África es de un 3,7 por ciento, muy por encima de la media mundial. Un dato que lo explicaría es que en este continente el pico de la segunda ola se ha alcanzado el pasado 6 de enero, más tarde que en otros lugares.
Este fuerte aumento de casos está poniendo a prueba los sistemas de salud, ya sobrecargados, de muchos países. Los sanitarios están agotados, los servicios sobrepasados y hay una escasez crónica de recursos como oxígeno, vital para la supervivencia de los pacientes.
La variante 501Y.V2 (también conocida como B1.351), identificada por primera vez en Sudáfrica, se ha detectado en ocho países africanos, mientras que la variante VOC202012 / 01 (también conocida como B1.1.7) inicialmente identificada en el Reino Unido se ha detectado en seis países del continente. Esta semana Sudáfrica anunció que detendrá la inmunización con la vacuna Oxford/AstraZeneca debido a un estudio que indica que la vacuna es menos efectiva para prevenir la infección leve y moderada con la variante 501Y.V2 que es dominante en el país.
Los expertos, como el Grupo Asesor Estratégico de Expertos en Inmunización, conocido como SAGE, recomendó sin embargo usarla aunque existan variantes del virus. Es probable que surjan nuevas variantes a medida que el virus continúe propagándose, por lo que las medidas preventivas deben mantenerse.
