Héctor Alonso
Cuatrocientas bombas podría ser el título de un spaguetti western de los que se rodaron en España en los años 60 y en los que comenzó a consagrarse Clint Eastwood. La primera peli de ese subgénero se titulaba «Por un puñado de dólares» y fue rodada en Almería y Hoyo de Manzanares, en un pueblo del Oeste construido para servir de decorado a muchos westerns y donde yo solía ir a jugar de pequeño, entre aquellas ruinas del Saloon, la peluquería y la oficina del sheriff.
«Por un puñado de dólares» nos serviría también como título de este artículo, que en realidad no pretende hablar de cine, sino de política internacional, comercio de armas y ética.
Hace unas pocas horas el gobierno decidió replantearse la decisión de no entregar un pedido de 400 bombas guiadas por láser a Arabia Saudí, un país que lidera la coalición que ha convertido en un campo de batalla Yemen, y que presumiblemente quiere destinar esas bombas a destruir objetivos en ese país.
Las protestas de las organizaciones de derechos humanos paralizó la venta de las bombas hace unos días, y poco después el gobierno se replanteó la situación cuando alguien sugirió, supongamos que la propia Arabia Saudí, que esa decisión podría poner en peligro el contrato de construcción de cinco corbetas firmado en julio de este año, con un valor de 1.800 millones de euros, a ese país, dejando sin trabajo a varios miles de empleados de Navantia, la empresa que los iba a construir.
El ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ha tratado de solventar el embrollo asegurando que el contrato de la venta de las 400 bombas, que fue firmado por el anterior gobierno, está en orden y que además son bombas de precisión que «no producen efectos colaterales», destinadas a destruir objetivos militares. Conviene recordar que el pasado 9 de agosto una bomba guiada por láser y vendida por Estados Unidos a Arabia Saudí destruyó, con mucha precisión, un autobús escolar en el que viajaban escolares yemenitas, matando a cuarenta de ellos. A cuarenta niños.
En octubre de 2016 una bomba igual de precisa destruyó un tanatorio en Yemen matando a 155 personas y en marzo de este año otra bomba de precisión (MK84) mató a 97 personas más en un mercado yemení. Borrell se quiere engañar, o quiere engañarnos, diciendo que esas bombas son para objetivos militares. Pero suelen matar civiles, añado yo. Con precisión, en efecto.
Yemen constituye en estos momentos el peor escenario en cuanto a las violaciones del derecho internacional humanitario del mundo. Es también el peor escenario respecto de las necesidades humanitarias de la población: más de la mitad de sus 27 millones de habitantes necesitan ayuda para sobrevivir. Es el país del mundo con las tasas de desnutrición infantil más altas y ha sido, durante 2017, el país con la mayor epidemia de cólera desde que hay registros: 1,1 millones de casos.
Hay que decir que el cólera, que ha matado en Yemen a cerca de 3.000 personas, un alto porcentaje de ellos niños, es causa directa de la destrucción con bombas, supongo que muchas de ellas de precisión, de las plantas de tratamiento de aguas y sistemas de bombeo y canalización, que han dejado a los civiles sin acceso a agua potable y han contaminado las fuentes de suministro. Esas bombas de precisión han destruido también hospitales, escuelas, centrales eléctricas y carreteras.
La disyuntiva tramposa o el chantaje que se plantea es que si no vendemos las bombas otros lo harán y además nos quedaremos sin construir las cinco corbetas que proporcionarán miles de puestos de trabajo en Cádiz, El Ferrol y Cartagena. Los trabajadores de Navantia ya han expresado su postura: que se vendan las bombas o nos quedamos sin trabajo.
La cuestión es que el gobierno debería empezar a plantearse la venta de armamento a países que están en guerra, contraviniendo algunas decisiones tomadas por las Naciones Unidas y los principios del derecho internacional humanitario. La cuestión es que no puede utilizarse la pérdida de puestos de trabajo como excusa para seguir exportando armas que matan. La cuestión es qué tipo de industria queremos tener y a costa de qué queremos mantener o crear empleo.
Borr(ón)ell y cuenta nueva. (Menudo socialista)
Pero lo verdaderamente horripilante es el punto de vista de esos esquiroles del capitalismo, que es en lo que se han convertido los «trabajadores» de Navantia y su defensor el alcalde de Cádiz, que con esto y lo de la virgen se está luciendo.
Muy buen artículo. exacto! el planteamiento es: ¿queremos mantener empleo a costa de vidas? igual sería con una empresa que fabricara minas antipersona…. por desgracia, hay tal egoísmo en algunas personas que justificarían ese empleo… para ellos el fin justifica los medios.
Y mi partido no dice nada…