Vasco Coelho*
No es fácil admitirlo, tal vez por el peso de «nuestro» sentimiento de culpabilidad en la construcción de la relación con África, que los factores culturales y religiosos también pueden ser determinantes de la pobreza o del «estadio de desarrollo», sobre todo desde los ámbitos académicos más relacionados con las ciencias económicas y políticas dominantes. Nos cuesta hacer ese puente interdisciplinar y heterodoxo, sin complejos. Nos cuesta aceptarlo desde un punto de vista moral y político que así sea, paradójicamente sin acordarnos del peso que tuvieron las transformaciones de ámbito cultural y religioso que determinaron diferencias sustanciales de desarrollo entre los países occidentales. Y preferimos seguir insistiendo en explicaciones estructurales y sistémicas (siempre tan convenientes), de ámbito político y económico, que tienen que ver con los efectos de largo-plazo del tráfico de esclavos, el colonialismo, el imperialismo, el racismo y el neocolonialismo, en cuanto causas – únicas – del «subdesarrollo» o de la pobreza en África.
Y nos cuesta, sobre todo, entender que el modelo de sociedad y economía que exportamos es también causa de la propia pobreza. No siempre vemos que esas mismas transformaciones obligan a que las personas se vayan a las ciudades en búsqueda de oportunidades, por ejemplo, u obligan a que los países estén en la rueda del capitalismo global, donde el sistema internacional de cooperación al desarrollo (sea el del modelo Norte-Sur, o el que se intenta «propagar» como siendo Sur-Sur) es una simple pieza más de la máquina. Un sistema que muchas veces es canalizado por actores no estatales (organizaciones internacionales, ONGs) que no se responsabilizan socialmente (no son «accountable») ante las comunidades locales, sino ante sus comunidades de origen. Es más, alimentan la dependencia (¿qué sería de muchos países africanos si el presupuesto para las políticas sociales se quedara sin los fondos externos?) y la desresponsabilización social de los estados y líderes políticos de esos países ante su propia población. ¿Será que a estos últimos les interesa realmente, más allá de los discursos, que se cambie el estado actual de cosas que les permite acumular riqueza y mantenerse en el poder?
Un país en transformación acelerada
Mozambique se presenta como un caso paradigmático de cómo se pueden repetir los mismos errores una y otra vez en distintos contextos y lugares. La imposición de un modelo de economía extractivista en el país, cada vez más depredadora, particularmente mediante la privatización de la propiedad comunal, obedece a la imposición de un modelo global neoliberal y neocolonial, como bien ha definido el geógrafo británico David Harvey bajo el concepto de acumulación por desposesión; donde la voz de los mercados impera y se sobrepone a la voluntad y a los derechos humanos fundamentales de la población, en este caso la mozambiqueña.
Con el descubrimiento y explotación inicial de innumerables yacimientos de recursos minerales por parte de grandes empresas transnacionales, así como con la implementación de megaproyectos de agricultura extensiva, se ha ido configurando un nuevo paisaje socioeconómico en Mozambique (sobre todo en las provincias del Centro y Norte), con importantes implicaciones en la vida de sus poblaciones. En los últimos 15 años, Mozambique se ha convertido en uno de los países africanos con mayores tasas de inversión directa extranjera, principalmente por las inversiones en la extracción de recursos naturales, después que se descubriera y comenzara a explotarse importantes yacimientos de gas y carbón. Las previsiones más optimistas apuntan a que en los próximos años Mozambique se convierta en uno de los principales productores de esos mismos recursos a nivel mundial (podría llegar a ser el tercer mayor exportador de gas natural licuado del mundo), luego un punto geopolítico importante disputado por las grandes potencias mundiales, lo que le tendrá más a menudo en el ojo del huracán mediático internacional, sea por los resultados económicos exponenciales de algunas multinacionales, o por ser una víctima más de la maldición de la abundancia.
La aplicación, en las dos últimas décadas, de un modelo liberal de «buena gobernanza», construcción de paz y de lucha contra la pobreza, tuvo escasos resultados en la mejora de las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población mozambiqueña. Las altas tasas de crecimiento económico existentes desde finales de los años noventa no coincidieron con una mejora (previsible) de los diferentes indicadores de pobreza y desarrollo humano. Todo esto explica por qué, junto con las grandes empresas transnacionales que operan en el país, sólo una pequeña elite política vinculada al Gobierno se ha beneficiado de ese crecimiento de la economía, dejando amplios sectores de la sociedad mozambiqueña totalmente al margen de los procesos de participación en la captación de diferentes ventajas y beneficios vinculados con la mejora de los indicadores macroeconómicos.
Las implicaciones de estas transformaciones socioeconómicas han sido (están siendo) evidentes a varios niveles, y las respuestas también lo deberían ser: a nivel político, para combatir el crecimiento desigual, el aumento de la corrupción, la restricción de libertades políticas, de prensa, etc.; a nivel económico, para que las nuevas inversiones puedan convertirse en una mejora global del país; y, a nivel social, por la importancia de la población joven y urbana en este proceso y por los conflictos entre las empresas transnacionales y las comunidades locales sobre cuestiones relacionadas con los usos de la tierra (y los recursos naturales que están en ella). Fijémonos en este ejemplo. Oficialmente, “la tierra es propiedad del Estado y no puede ser vendida, o de cualquier otra forma, enajenada, hipotecada o embargada. Como medio universal de creación de la riqueza y del bienestar social, el uso y aprovechamiento de la tierra es derecho de todo pueblo mozambiqueño.” Pero, ¿es así realmente? ¿A quién pertenece la tierra (y las zonas costeras)? ¿Al estado o a las comunidades? Las comunidades reconocen la importancia de la tierra para su sustento y tienen la tierra como su propiedad, también por razones de orden sociocultural y espiritual-religiosa (vínculos étnicos, familiares, ubicación de cementerios, lugares de oración…), algo que tanto se (nos) olvida en muchos de los análisis y debates.
La importancia de los aspectos socioculturales en los debates sobre el desarrollo
¿Cómo manejan estos aspectos las autoridades y los dueños de los megaproyectos en Mozambique? Las evidencias parecen demostrar que los aspectos socioculturales (y religiosos) merecen más atención y que podrían ser «la» causa principal de la actual resistencia y conflictividad en el centro y norte del país. Mozambique está pues ante una importante encrucijada. La cuestión está en saber qué resistencia es ésta y qué alternativas se plantean. ¿Una resistencia reaccionaria, incluso violenta y brutal, como la que se está produciendo desde octubre pasado en la zona costera de Mocímboa da Praia con ataques de índole yihadista (por ahora localizados)? Es decir, ¿hacia dónde y cómo pesarán y determinarán los aspectos socioculturales y religiosos? ¿Hacia una eclosión y/o agravamiento de la conflictividad (social, política, religiosa, territorial…) sin perspectiva de bienestar colectivo? ¿O hacia una respuesta colectiva con propuestas transformadoras de desarrollo (humano, local, sostenible, inclusivo) alternativas al modelo que se está imponiendo con la connivencia de las élites, como son las que están planteando (con sus dificultades propias y ajenas) algunos movimientos sociales y colectivos organizados (mujeres, campesinos, jóvenes, ambientalistas…)?
Desde la perspectiva del pensamiento marxista, ahora que se cumplen 200 años del nacimiento del filósofo alemán, que nos resulta útil en este contexto, si estas comunidades empobrecidas (tal como ocurrió en los países que iniciaron la industrialización) no tienen consciencia de las causas de explotación y la pobreza en que viven, tampoco podrán ser dueños de su propio destino. No les basta con importar un modelo de democracia y/o de reformas democráticas y del propio Estado (que aquí se confunde con el partido dominante desde la independencia), como un prerrequisito para el desarrollo económico, según lo que prescriben los dueños de la agenda internacional (los donantes y la actual ortodoxia económica). Prescriben, curiosamente, sin que esa cura resulte del éxito de prescripciones anteriores en otras partes del mundo o del resultado de su propio proceso histórico de desarrollo económico y político. O sea, prescriben de forma casi científica algo que nunca han podido comprobar «científicamente».
Estamos, por ello, también en Mozambique, muy lejos de entender si existe una correlación tan evidente entre democracia (¿qué democracia?) y desarrollo (¿qué desarrollo?), crecimiento o simple éxito económico, porque no hemos tenido suficientemente en cuenta los aspectos históricos, socioculturales y religiosos en los análisis de los conflictos y consecuentemente en sus respuestas. Tal vez porque hemos descartado en esencia (más allá de los discursos e informes caros y bonitos) a las personas y su entorno natural y cultural. En suma, porque hemos descartado y ninguneado su sabiduría, sus diferencias y particularidades, sus capacidades individuales y colectivas para decidir su propio futuro. Un futuro que algunos – cooperación internacional, multinacionales y gobierno – insistirán en «ofrecerles» con papel de regalo, según lo que les parezca conveniente; pero que será, necesariamente, un futuro de resistencias y/o resiliencias colectivas por un bien común, o no será. Cualquier otra opción conlleva consecuencias aún más traumáticas, como ya ocurrió demasiadas veces a lo largo de su historia.
* Cooperante e investigador
1 Artículo basado en reflexiones que se están produciendo en el marco del proyecto de investigación “Territorios en conflicto: Investigación, formación y acción para el fortalecimiento de capacidades y la construcción de alternativas de vida (2018-2019)”, financiado por el Gobierno Vasco, y llevado a cabo por un equipo de investigadores de Mozambique, España, Portugal y Colombia. El artículo expresa exclusivamente los puntos de vista de su autor y no necesariamente las opiniones de los integrantes del proyecto, las entidades involucradas y/o la entidad financiadora.
2 Véase: Chabal, Patrick (2012): The end of conceit: Western rationality after postcolonialism; Zed Books
3 Véase: Anadarko’s Estimated Recoverable Natural Gas Resources (Mozambique)
4 Véase: Santos, Boaventura de Sousa (2012): Mozambique: ¿la maldición de la abundancia?, en Rebelión