Los niños sin derechos

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Pilar Estébanez

Pilar Estébanez, médico y presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria

El Día Universal del Niño, que se celebra cada 20 de noviembre, tiene como objetivo promover el bienestar de la infancia. Si echamos un vistazo a los datos que nos ofrecen algunas de las organizaciones que trabajan en el tema de la infancia, es un sarcasmo dedicar un día a un colectivo –más de la mitad de la población mundial- del que se pueden dar estas cifras: hoy hay once millones de niños y niñas refugiados y solicitantes de asilo. De ellos casi la mitad proceden sólo de dos países: Siria y Afganistán. Sesenta y tres millones de niños viven en zonas de conflicto y 263 millones de niños y niñas están sin escolarizar: 61 millones de niños de entre seis y once años no tienen acceso a la educación primaria, otros 61 millones de menores de entre doce y catorce años están sin escolarizar y al menos 142 millones de entre quince y diecisiete años tampoco tienen acceso a la educación.

Dentro de ese enorme grupo de personas que han perdido el derecho a vivir en su hogar, a no sufrir las consecuencias de la violencia o a recibir educación, las niñas resultan aún peor paradas: en Asia y África subsahariana las niñas además sufren discriminación por ser niñas: el 23 por ciento de las niñas de África subsahariana no reciben educación frente al 19 por ciento de los niños, lo que supone que 15 millones de niñas no tendrán la oportunidad de ir al colegio, frente a 10 millones de niños. En Asia la diferencia entre géneros es similar.

La crisis de los refugiados en Europa ha supuesto una bofetada a las conciencias de un continente que miraba para otro lado cuando cada año, en este aniversario, los medios de comunicación desgranaban estas cifras. A lo largo de 2015 y 2016 hemos visto niños ahogados en las playas, caminando desharrapados siguiendo las vías de los trenes intentando llegar a algún país que les acogiera, hacinados en campos de refugiados en las fronteras cerradas con alambradas, golpeados o gaseados cuando trataban de atravesar esas fronteras, viviendo solos en indignos asentamientos como el que se acaba de cerrar en Calais, en el corazón de la Europa más rica, durmiendo en las calles de Lampedusa o de Lesbos.El caso de Calais es representativo de la indiferencia cruel con la que nuestros gobernantes afrontan esta realidad. Tras cerrarse el campamento de refugiados y migrantes donde más de seis mil personas aguardaban una oportunidad para atravesar el Canal de la Mancha, se descubrió que había varios centenares de menores que vivían allí solos, sin ningún adulto que se ocupara de ellos. Cuando se desalojó el campamento, conocido como “la jungla”, los medios de comunicación revelaron que centenares de menores vivían en las calles, en contenedores o en refugios improvisados. En este momento Francia y Gran Bretaña discuten quién se ocupará de ellos.

En Grecia centenares de niños y niñas refugiados o a la espera de que se resuelva su situación legal tienen problemas para ser escolarizados. Tampoco se destinan suficientes recursos para su atención psicosocial.

A principios de este año se publicó la preocupante noticia de que al menos 10.000 niños refugiados –la mitad de los que llegaron al continente sin la compañía de adultos- habían desaparecido tras llegar a Europa. La cifra la dio un organismo fuera de toda duda: la Oficina Europea de Policía (Europol).  La policía alemana, hasta abril de 2016, había recibido más de 8.000 denuncias de desapariciones de menores no acompañados (781 niños y 7.756 adolescentes).

Según la policía europea, al menos la mitad de ellos desaparecieron tras llegar a Italia. Un millar más desaparecieron en Suecia. No se sabe cuántos de ellos llegaron a reunirse con sus familias desperdigadas por el continente, pero Europol consideró la cifra muy preocupante al tener indicios de posibles redes de trata de personas. La noticia tuvo una cierta repercusión, pero meses después no sabemos qué ha sucedido, si esos niños se han reunido con sus familias o si han caido en manos de las redes criminales, lo que resulta insólito y preocupante.

Organizaciones como Save the Children Italia publicó el año pasado un informe (Pequeños esclavos invisibles) en el que se advertía de los riesgos a los que se exponen los menores no acompañados que llegan a Europa como refugiados-. En el informe se referían casos sobre todo en Roma, donde menores procedentes de Egipto y Nigeria son explotados, obligados a prostituirse o colaborando en la venta de drogas para pagar las deudas contraídas con los traficantes que les ayudaron a llegar a Europa.

Acabamos de celebrar el Día Universal del Niño, y a la vista de todos los datos que hemos ido desgranando, cabe preguntarse si lo que deberíamos conmemorar es el Día de la violación de los derechos de los niños y las niñas.

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