Los cortes de agua y el colapso del sistema de alcantarillado han hecho que la vida de los habitantes de la capital siria sea una pesadilla
El pasado invierno, durante cuarenta días, la ciudad padeció la falta de suministro de agua. Tras el ataque a las dos fuentes principales de abastecimiento en diciembre de 2016, cinco millones y medio de personas se quedaron sin suministro de agua potable, y el sistema de alcantarillado se colapsó, desbordándose e inundando numerosos domicilios, lo que ha hecho aumentar el riesgo de contraer enfermedades transmitidas por el agua.
Desde que comenzó la guerra, el agua ha sido utilizada por los contendientes como arma contra sus enemigos. Las fuentes de suministro han sido atacadas y dañadas a propósito o se ha negado el acceso a los trabajadores para reparar las conducciones. Ahora las familias se ven obligadas a racionar el poco agua disponible y reutilizar el agua con la que lavan la ropa para limpiar el suelo, por ejemplo.
La falta de suministro regular, unida a las fuertes lluvias durante el invierno, y los escombros en la red de suministro provocadas por los ataques hicieron que el sistema de alcantarillado se obstruyera, inundando muchas casas con aguas residuales, dejándolas inservibles. Aparecieron además plagas de ratas, cucarachas y hormigas.
La difícil situación del conflicto va más allá de las decenas de muertos, heridos y desplazamientos internos de niños y sus familias. Además millones de sirios soportan durísimas condiciones de vida que dificultan la vida normal o incluso la supervivencia.
Últimamente la situación está mejorando para muchos vecinos de Damasco, ya que UNICEF ha logrado reparar parte de la red de suministro. Sin embargo, desde la organización de Naciones Unidas se pide que no se use el agua como arma de guerra, puesto que sus víctimas son siempre civiles.