El laberinto afgano

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Combatientes talibán

Héctor Alonso

“La razón por la que se hubiera enviado una expedición a Kabul, situada en el centro de uno de los peores países del mundo, era el miedo que le teníamos a Rusia”, explicaba Harry Flashman, uno de los pocos supervivientes de la terrible derrota del Imperio Británico en Afganistán en la Batalla de Gandamark (1842). En aquella batalla la Compañía Británica de las Indias Orientales fue aniquilada por las tropas de Akbar Khan. De 4.500 soldados y 12.000 civiles que trataban de llegar desde Kabul a Jalalabad apenas sobrevivió un grupo de hombres. Harry Flashman sobrevivió, pues es el narrador y personaje literario de la novela “Harry Flashman”, la primera de una serie de las escritas por George MacDonald Fraser sobre ese peculiar antihéroe, que se definía con solo tres cualidades: “Mi habilidad como jinete, mi facilidad para las lenguas extranjeras y la fornicación”.

Ese “miedo a los rusos” fue lo que espoleó también al gobierno de Ronald Reagan para ayudar económica y militarmente siglo y medio después a la oposición en el exilio al gobierno prosoviético de Babrak Karmal, que lo único que consiguió es fortalecer a sectores radicales islamistas.

Aquella derrota del Imperio Británico no fue la primera que Afganistán infligió a todos aquellos imperios que trataron de dominar el país. Los árabes tardaron en someter el territorio casi seis siglos sin lograrlo del todo, pues se mantuvieron principados que permanecieron fieles al budismo. El país, sin embargo, conoció una época de esplendor que terminó con la invasión de Gengis Khan primero y Tamerlán después, que arrasaron con todo.

Los británicos mantuvieron tres guerras contra el país por su dominación. La primera, entre 1839 y 1842 fue la que culminó con el desastre de Gandamark narrado en la novela de MacDonald Fraser. La segunda se desarrolló en 1878, en la que los británicos lograron controlar buena parte del país. La tercera, en 1919, culminó con la independencia del país y la creación de una monarquía que duró hasta la proclamación de la república en 1973.

Los rusos

En 1978 se firmó un tratado de amistad con Moscú, que permitía a la URSS intervenir en caso de necesidad para proteger al país. En 1979 fue asesinado el presidente Taraki. Su sustituto, Hafidullah Amín, fue destituido ese mismo año y ejecutado cuando la URSS ocupó el país y apoyó a Babrak Karmal como nuevo líder. Para entonces ya había tres millones de refugiados en Irán y Pakistán. 

La intervención de la URSS permitió una cierta modernización del país: se prohibió el cultivo del opio, se inició una campaña de alfabetización y se promovió la integración de la mujer en el mundo educativo y laboral, hasta el punto de que las mujeres llegaron a ser el 40 por ciento de los médicos del país. Mientras tanto en el exilio se organizó la resistencia contra el régimen de Kabul. En Pakistán se organizaron siete partidos políticos sunitas (rama del Islam mayoritaria en Afganistán) apoyados por Arabia Saudí, y en Irán ocho partidos políticos chiítas, apoyados por el régimen de los ayatolás. 

La oposición de Estados Unidos y sus aliados -Arabia Saudí, especialmente- se concretó en el apoyo financiero y militar a la facción sunita. La  URSS en descomposición, se marchó del país y en 1992 cayó el gobierno y el poder fue ocupado por un Consejo Islámico, que estalló por guerras internas. Los combates y la violencia provocaron la salida del país de casi un tercio de su población. Con el control de los islamistas talibán el país sufrió un retroceso en las libertades, sobre todo de las mujeres, que quedaron fuera de la vida política, laboral y de la educación. En 2001 Estados Unidos invadió el país, derrocó al gobierno talibán y colocó en la presidencia a Hamid Karzai, que recibió el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU. 

Durante estos años el gobierno de Kabul fue incapaz de mantener el control del país, a pesar del apoyo financiero y militar internacional, aunque más de cinco millones de afganos volvieron del exilio. 

Corrupción

La corrupción y la incapacidad de los gobiernos afganos durante la ocupación del país han sido fundamentales para el fortalecimiento de la oposición talibán. La coalición internacional ha sido, asimismo, incapaz de impedir el apoyo que la oposición recibía desde Pakistán. El anuncio de la OTAN de la retirada de las tropas internacionales del país ha servido, asimismo, para que los talibán se hicieran aún más fuertes hasta culminar en el control casi total del país en pocos meses. Ayer mismo el último presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, abandonó el país junto con su vicepresidente. 

La situación económica y social del país apenas ha mejorado durante los años que ha estado bajo control de la coalición liderada por Estados Unidos. De hecho, no hay datos suficientes para establecer la posición del país según su Índice de Desarrollo Humano, aunque estaría en las últimas posiciones, seguramente. Las mujeres siguen sin recibir suficiente educación (su tasa de alfabetización es del 21 por ciento, frente al 51 por ciento de los hombres), la mortalidad infantil es extremadamente alta (mueren 400 mujeres de cada 100.000 mujeres embarazadas) y se considera el peor país del mundo para ser madre.

También es uno de los peores países del mundo para ser niño: uno de cada cinco muere antes de cumplir los cinco años, lo que significa que, con la alta tasa de natalidad -cinco hijos por familia- todas las madres perderán al menos un hijo. 

Violencia de género

La violencia de género es tan común que la sufren prácticamente todas las mujeres y niñas afganas. El 80 por ciento de los matrimonios son forzados y a pesar de que la Constitución aún en vigor garantiza la igualdad, la discriminación de la mujer es lo común en el país. 

En las imágenes que estamos viendo estos días, de multitudes ocupando aviones en el aeropuerto de Kabul para tratar de salir del país antes de que los talibán ocupen la capital, lo que no vemos, precisamente, son mujeres. 

Una vez más son olvidadas y quedarán a merced de los talibán: profesoras, médicas, abogadas, periodistas, traductoras, alcaldesas y concejalas, madres solteras, mujeres solteras, viudas, alumnas de las escuelas, institutos y universidades, trabajadoras, quedarán a merced de la intolerancia talibán y su seguridad y sus vidas en peligro. De nuevo, un fracaso de la comunidad internacional.

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