Pilar Serrano Gallardo. SEMHU
Mi querida Pilar Estébanez, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria, me ha animado repetidas veces a escribir para Actualidad Humanitaria y me he dicho de hoy no pasa. Llevamos año y medio transitando con desconcierto, preocupación, enfado, y no poca perplejidad, por esta terrible situación pandémica. Desde el primer momento, allá por primeros de marzo de 2020, cuando ya se vislumbraban los peores augurios del devenir de la infección y se anunciaba el primer estado de alarma y el confinamiento severo, lo primero que vino a mi cabeza fue el terrible impacto que se iba a producir en las personas en situación de vulnerabilidad, y no solo en nuestro país y aquellos similares de nuestro entorno, sino y sobre todo en aquellos donde sus poblaciones ya viven en una permanente y creciente precariedad.
Por supuesto que poblaciones desfavorecidas existen en todos los países, pero en unos se caracterizan porque son la mayoría y en otros no. Y es que la desigualdad estaba servida en bandeja de plata desde el principio. ¿A quién iba a afectar sobre todo la covid-19?, ¿acaso no iba a hacer distinciones basadas en los determinantes sociales de la salud? ¿Por qué interesaba dar esta imagen?: «este virus no hace diferencias entre personas ricas y pobres, negras y blancas, de un barrio o de otro, de aquí o de allá». Y es que, si algo se puso de manifiesto desde los momentos más incipientes de esta pandemia, es que esto no era así. El SARS-Cov2, puede y de hecho ha infectado a todo tipo de gente, ahora bien, las mayores incidencias se han dado en personas mayores institucionalizadas, en sectores laborales precarizados como el trabajo temporal en la agricultura, y además feminizados como la limpieza o el cuidado de personas dependientes, en barrios con menor nivel socioeconómico, en países con sistemas públicos de salud más débiles y en general más pobres.
Y es que, ¿quiénes han tenido acceso a teletrabajar, a no ir en un transporte público abarrotado en hora punta, a tener las condiciones laborales que garanticen la seguridad? Y esto hablando de nuestro privilegiado entorno, porque ¿quiénes en países del Sur Global han tenido, tiene y pueden tener acceso a mascarillas para un uso adecuado, a tratamientos preventivos como la vacuna, a ingresar en un hospital, a recibir terapias adecuadas en el caso de enfermedad grave, a evitar la muerte?, ¿quiénes pueden renunciar a su trabajo en la economía sumergida que es lo único que tienen para poder sobrevivir?, ¿quiénes son los trabajadores y las trabajadoras esenciales? No nos engañemos, no es el virus el que elige, es la sociedad que hemos construido la que elige quien se salva, quien se cura, quien vive y quien muere.
Es verdad que, en esta ya quinta ola en España (de enorme incidencia, pero con un impacto mucho menor en morbi-mortalidad y que nada tiene que ver si se compara con el vivido en olas pasadas), se está viendo afectada la población más joven, e incluso de barrios con niveles socioeconómicos más altos. Pero esto no es algo de extrañar, dado que esta población no está aun correctamente vacunada en una gran mayoría (solo aproximadamente el 5% de las personas contagiadas tenía la pauta completa) y además se han levantado restricciones, como el ocio en espacios cerrados, demasiado pronto. Nuevamente se ha lanzado un mensaje confuso y ciertamente errado sobre lo que se podía y se no podía hacer.
En una gran mayoría, los gobiernos y quienes toman las decisiones, han optado por devolver la pelota a la ciudadanía, proclamando prácticamente que la solución está en sus manos. Por otra parte, se ha promovido un clima persecutorio, casi policial, entre las personas, que se recriminan unas a otras por no seguir “las normas”, algunas sin base científica, como llevar la mascarilla en exteriores, u otras que más bien pueden estar dando grandes dividendos a algunos sectores, como los autotest.
“La población tiene la culpa”, “sus comportamientos son irresponsables, incívicos”, estos mensajes son muchos más estratégicos para quienes mandan, quienes mueven los hilos, en lugar de hacer lo que nunca se ha hecho, al menos como se debía: fortalecer los sistemas públicos de salud, inyectar recursos para los servicios sociales y los sectores empresariales que más ha golpeado la pandemia, mejorar las condiciones laborales, los transportes públicos, etc. Y algo, aún más fundamental si cabe, tomar a la población como sujeto estratégico y aliado para el diseño e implementación de medidas, en lugar de como objeto de restricciones, favoreciendo una atmósfera hostil y beligerante. De esta manera, las personas que ostentan el poder quedan exentas de responsabilidad, es más, pueden ser incluso alabadas.
¿Pensamos que la solución está en volver a imponer las mascarillas en la calle y vender autotest?, ¿no se nos ha ocurrido que quizá si se hubiera llevado a cabo una mejor campaña de compromiso ciudadano, de intensificación de los recursos existentes en Atención Primaria y Salud Pública, estaríamos ahora mejor, y sobre todo estaremos mejor en el futuro?, ¿por qué se han levantado, o nunca se han aplicado bien, las restricciones en los espacios cerrados, precisamente para que se llenen de personas no vacunadas que se quitan la mascarilla, aunque paradójicamente la lleven puesta en la calle?
No nos engañemos, hay soluciones, hay medidas efectivas, hay estrategias para que la Covid-19 no se cebe con quienes son más vulnerables, hay sin duda otras maneras de manejar esta pandemia, y no solo basadas en las mejores evidencias científicas, sino también en la equidad y la justicia social. Lo que parece es que no se quieren poner en marcha por parte de quienes mueven los hilos.
Pilar Serrano Gallardo es enfermera y epidemióloga. Miembro de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria