Opinión
Un año de emergencia en Pakistán: entre el éxito de la ayuda humanitaria y las tareas pendientes
Por José Manuel Díaz Olalla, médico cooperante miembro de SEMHU.
Cuando se cumple un año del inicio de las grandes inundaciones causadas por el desbordamiento masivo y paulatino del Rio Indo y sus afluentes en Pakistán...
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Pakistán: afectados por las inundaciones de 2010.
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...parece un momento inmejorable para hacer balance de la catástrofe más grave que ha sufrido el mundo en los últimos años en términos de devastación y número de afectados, aunque afortunadamente no en mortalidad, sus efectos en la vida y el bienestar de las personas y el desarrollo de la ayuda de emergencia que la comunidad internacional ha puesto en marcha.
Las cifras no dejan lugar a dudas sobre la magnitud del fenómeno y sobre sus consecuencias: el tamaño del territorio inundado y, por lo tanto, la superficie en la que se perdieron casas, cultivos y enseres, equivale al del Reino Unido y la población afectada se calcula en unos 20 millones de personas, de los que unos 14 millones han necesitado Ayuda Humanitaria. Más de un millón y medio de viviendas quedaron afectadas o destruidas y se perdieron más de 5 millones de puestos de trabajo. El daño a los cultivos, los sistemas de riego y las infraestructuras fue enorme y como consecuencia de todo eso el crecimiento económico del país se redujo un dos por ciento a lo largo del año pasado. No obstante, y como se ha dicho, el número de fallecidos no ha sido tan grande como en otros desastres, fueran estos naturales, tal y como ocurrió tras el último terremoto en Haití, o causados por el hombre, como sucedió tras la detonación de la bomba nuclear de Hiroshima. A diferencia de las inundaciones de Pakistán aquellos se caracterizaron por un impacto súbito y graves efectos letales inmediatos. En el caso que nos ocupa se han contabilizado “solamente” unas 2.000 defunciones causadas directamente por la catástrofe y sus efectos subsiguientes.
Y todo ello a pesar de que el fenómeno afectó a una población en una situación previa de salud y de estado nutricional muy precaria (un 25% de la población estaba desnutrida antes del desastre en algunas regiones afectadas, como en Sindh) y de que un 60% de las zonas rurales careciera de infraestructuras de saneamiento ambiental. No sólo eso sino que Pakistán es un país con enormes desigualdades sociales dónde, además, ya existían 2,7 millones de desplazados internos por efecto de las acciones contrainsurgentes del ejército en las zonas tribales fronterizas con Afganistán.
Con esta foto previa parece coherente que la ayuda humanitaria brindada por la comunidad internacional haya sido, como ha ocurrido, la mayor de la historia en conjunto. Va en consonancia con la enorme devastación sufrida, al igual que el hecho de que para algunas instituciones multilaterales de ayuda como ECHO, la Oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea, haya sido la mayor operación de fondos donados desde su creación en 1992. La oficina europea, contando con lo aportado particularmente por cada país miembro, envió 423 millones de dólares en 2010. También ha significado una aportación record para algunos países concretos, como para EEUU, con lo que la contribución total en la actualidad supera el 70% de los 1.900 millones de dólares reclamados por la ONU para la atención urgente a las víctimas de la catástrofe. Con el ánimo de ser ecuánimes se debe señalar a renglón seguido, que es exactamente lo que se hace ahora en toda su literalidad, que esa ayuda sufragada por la superpotencia norteamericana es, con todo, muy inferior a la que ese país pone a disposición de Pakistán como apoyo militar anual y que asciende a unos dos mil millones de dólares, cifra esta aún mayor que la que cuantifica, como se ve, las aportaciones humanitarias globales de todos los donantes mundiales. El destino de los fondos internacionales es, también y como queda patente, una cuestión de prioridades.
Pero volviendo a la cantidad relativa de la ayuda a la emergencia global, se debe decir que no sorprende esta “generosidad”, por otro lado presentida, de Occidente pues el interés de los donantes en este caso se corresponde no sólo con la gravedad del desastre, sino también con la necesidad de evitar a toda costa la inestabilidad social y política en un país aliado cuyo papel de gendarme en una de las zonas más calientes del mundo es de vital importancia para su cruzada antiterrorista. Todo ello a pesar de que después de la ejecución de Bin Laden pinten bastos en las relaciones bilaterales de EEUU con Pakistán y que todos sepamos que, según los principios que rigen esta actividad de la cooperación internacional, la ayuda humanitaria se debe ajustar tan sólo a las necesidades de las víctimas sin devoluciones ni contrapartidas, y no a ningún otro motivo, por importante que pueda parecer para la pretendida seguridad mundial.
Gracias a todo ello y a la eficaz intervención de organizaciones y agencias internacionales, los resultados de esta compleja operación podemos calificarlos como exitosos a la luz del conocimiento que de los mismos tenemos ahora, sobre todo si los ponemos en relación con el sombrío panorama que se vislumbraba hace ahora doce meses y a las previsiones más realistas en términos de mortalidad de la población y de aparición de brotes de enfermedades infecciosas. Si bien una evaluación de resultados en estas circunstancias es una actividad complicada sobre la que planean infinidad de incertidumbres en forma de variables que es difícil desagregar para un análisis pormenorizado de sus efectos, hay aspectos que ya se pueden estudiar de manera independiente. Así, no hay duda de que la ejecución de la ayuda en el terreno y su articulación mediante los llamados clusters (grupos de trabajo en donde participan todos los agentes involucrados agrupados por sectores de actividad), muy especialmente los de salud, nutrición y saneamiento y limpieza, ha contribuido enormemente a la mejora de la eficacia de la misma sobre todo a base de avanzar muy notablemente en la coordinación de los actores internacionales entre ellos mismos y con las autoridades e instituciones locales. El efecto más visible de esta estrategia posiblemente sea el reflejado por algunos indicadores que recogen la escasa mortalidad atribuible al desastre y a sus daños indirectos, tales como la desnutrición y algunas enfermedades epidémicas frecuentes en estas circunstancias y que suelen acarrear importante mortandad, como el cólera. Se trata por tanto, y obviando otros aspectos que se deben analizar de forma específica, de una intervención humanitaria de un éxito indudable, no sólo por haber llevado la pérdida de vidas humanas a magnitudes mucho menores de las esperadas, sino también por haber sido capaz de proporcionar de forma bastante adecuada alimentos, agua, refugio y dinero en efectivo a millones de personas afectadas por las inundaciones evitando, también, la aparición de epidemias.
Algunos datos conocidos ahora de la actividad desarrollada ilustran muy bien la magnitud del esfuerzo realizado: el cluster de nutrición, coordinado por UNICEF, ha atendido desde que comenzaron las inundaciones, a más de un millón de niños, de los que 100.000 presentaban cuadros graves de desnutrición, circunstancia esta que incrementa enormemente el riesgo de mortalidad. El de salud, coordinado por OMS, efectuó 323.000 intervenciones terapéuticas aplicadas a otros tantos pacientes aquejados de diarrea y diagnosticados en las más de 10 millones de consultas realizadas en el contexto del Sistema de Alerta Temprana (vigilancia epidemiológica) establecido. Este sistema tenía como objetivo, además de la debida atención a los enfermos, vigilar la aparición de brotes de cólera, malaria y sarampión, y de su actividad se generaron más de 400 alertas epidémicas. Por ilustrar la dimensión del trabajo desplegado se puede reseñar que del millón de consultas atendidas por diarrea acuosa, 210 se catalogaron como sospechosas de cólera, confirmándose 105 casos de esa enfermedad, aunque por las actividades preventivas desarrolladas ningún brote acabara siendo epidémico.
Otra acción también muy destacable entre las dirigidas por el cluster de salud ha sido la vacunación, cuyo impacto fue y sigue siendo determinante para la escasa mortalidad infantil registrada. En estas difíciles circunstancias se han potenciado en Pakistán las campañas mundiales de inmunización en marcha, administrándose duramente el año de la catástrofe 50 millones de dosis de vacunas.
No se debe concluir este punto sin apuntar una reflexión enormemente interesante que se deduce de esta crisis pero que es aplicable a otras y que no debemos desdeñar en ningún caso: la ayuda humanitaria a la población afectada por un desastre es una oportunidad única que tienen esas personas de recibir atención sanitaria de calidad (como las inmunizaciones relatadas pero también, y muy destacadamente, la maternoinfantil y la de salud sexual y salud reproductiva). Esta triste enseñanza es una paradoja que debe aprovecharse al máximo por las organizaciones y agentes que intervienen en la ayuda, quienes desde este punto de vista deben prolongar lo más posible estas actividades revistiéndolas después de continum humanitario e intentando establecer a partir de ahí y de forma permanente un sistema de salud accesible para las población afectada, mediante el afianzamiento de compromisos de colaboración con las instituciones y gobiernos locales. Se trataría ya de la cooperación estructural franca y esa fase debe venir, inexorablemente, después de las tareas de reconstrucción con que concluye la propia ayuda humanitaria.
Para finalizar cabe destacar que todo esto ha ocurrido a pesar de que la propia naturaleza del fenómeno, de instauración lenta y progresiva, haya actuado en contra de la ayuda pues en estas circunstancias se hace muy real la apatía de los donantes y de los medios de comunicación (la de estos ha sido, lamentablemente, más que notable), considerando aquí que el desinterés de los segundos condiciona de forma evidente el de los primeros. Se imponen ahora las tareas de reconstrucción y el desarrollo de otra faceta de la Ayuda Humanitaria de singular importancia en este país: la puesta en marcha de una auténtica política de prevención de riesgos de desastres.
No siempre es posible presentar un balance, aunque sea muy general, que hable de la eficacia de la ayuda humanitaria y permita, de esta manera aproximativa con que se hace, cuantificarla. En este caso y con la perspectiva de un año de trabajo, parece que se puede. Las inundaciones que asolaron Pakistán en 2010 fueron las peores en la historia del país. La respuesta humanitaria obtuvo un éxito considerable al reducir la inminente pérdida de vidas y proporcionar ayuda a millones de personas. No obstante, podría haber sido mejor: más de 800.000 familias aún no tienen un refugio permanente y más de un millón de personas siguen necesitando ayuda alimentaria, mientras han comenzado de nuevo los monzones de este año a azotar esa zona del mundo causando de nuevo importantes daños a una población que aún no se ha repuesto de la tragedia que se relata.
Estas necesidades insatisfechas se deben abordar de forma urgente, persistiendo en la ayuda nutricional y de salud, en la reconstrucción y en el desarrollo agrícola de las zonas afacetadas. Que esta triste coyuntura consiga que una atención de salud permanente y de calidad, ese derecho humano fundamental, se haga realidad para la población pakistaní más vulnerable, debería ser el final de esta historia con la ayuda de la cooperación internacional. En este sentido se hace preciso que el compromiso de los donantes logre superar los aspectos coyunturales de la actualidad y deje de supeditarse a los aspectos más controvertidos de la geopolítica internacional, como viene sucediendo hasta ahora.
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