Contar con Haití para contar Haití. Dificultades y aprendizajes de informar sobre el terremoto
La información e imágenes publicadas en la prensa española tras el terrible terremoto del 12 de enero en Haití, han levantado críticas entre ciertos sectores de público y ONGs. En este artículo se analizan las dificultades de esa cobertura y los aprendizajes para mejorar el quehacer periodístico en futuras emergencias.
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El pasado 4 de mayo se celebró en la Casa Encendida la jornada Contar (Con) Haití, en el que los periodistas firmantes debatieron, junto a numerosos compañeros de profesión, sobre la cobertura informativa de la emergencia tras el terremoto de Haití del pasado 12 de enero. El taller se realizó, con la colaboración de la Asociación de la Prensa de Madrid y a iniciativa de una serie de ONG, que se mostraban preocupadas por la visión que se trasmitió al público
español sobre la sociedad civil haitiana. Consideraban que esta visión era sesgada y parcial, y que sólo se habían mostrado los aspectos más negativos del Gobierno y la población de Haití: como víctimas inoperantes y pasivas esperando recibir una ayuda que venía de fuera, o violentas y descontroladas que recurrían al pillaje y los saqueos.
En su opinión, faltaba en la cobertura de la catástrofe algo de información sobre otras reacciones, como la solidaridad de muchos vecinos que se apoyaron mutuamente para desescombrar y rescatar a personas atrapadas, o las redes comunitarias de apoyo generadas espontánea u organizadamente en los primeros días. En concreto, señalaban que los
cooperantes en terreno “contaban que a pesar de la tragedia el pueblo haitiano estaba mostrando una capacidad de respuesta muy seria y bastante bien organizada y que las autoridades a pesar de las debilidades crearon espacios de coordinación, por lo que nos sorprendía la cantidad de mensajes de los medios que no concordaban con esa realidad.”
También destacaban la ausencia de fuentes locales en las informaciones y la presencia de voces haitianas en los análisis de fondo, que pudieran hablar desde su protagonismo en los hechos o desde su conocimiento del contexto.
En el debate, estos aspectos particulares se unieron a uno más general, que se pone de relevancia cada vez que un acontecimiento de esta magnitud despierta el interés mediático internacional: los aspectos éticos que conlleva el uso de fotografías e imágenes de personas heridas y cadáveres que, según su criterio, atentarían contra la dignidad de las víctimas.
El taller pretendía abrir un espacio de reflexión para que las ONG pudieran hacer también autocrítica sobre sus “llamamientos a la solidaridad con Haití”, que a su vez reflejaban a un pueblo haitiano desvalido y desamparado, sin capacidad de reacción. El objetivo último de la mayoría de sus informaciones era pedir donaciones para responder a la emergencia. La pregunta que subyacía eran ¿“vale todo” para generar una respuesta solidaria?
La cuestión de fondo de todas estas reflexiones se refería a las posibles consecuencias, positivas y negativas, que el tratamiento informativo del terremoto pudiera haber tenido sobre la llegada de la ayuda a las víctimas.
¿Qué sabíamos de Haití antes del 12 de enero?
Es cierto que, tras el terremoto del 12 de enero, Haití ha pasado de ser prácticamente un desconocido a saltar a las portadas de todos los medios internacionales. La agenda informativa viene marcada por la actualidad, y la mayoría de los “conflictos olvidados” que tienen lugar en el mundo sólo saltan a ella cuando ocurre algún fenómeno que los recrudece. Para un periodista, aún conociendo en ocasiones la dimensión y el contexto de muchos de estos conflictos o situaciones de crisis permanentes, resulta muy difícil salirse de esa agenda.
Numerosos compañeros de profesión realizan a diario esa batalla para “vender” estos temas en sus redacciones. Lo cierto es que existen una serie de valores noticia tradicionales, que marcan qué hechos son noticia: actualidad, magnitud, espectacularidad, conflicto, desarrollo noticioso, interés humano, proximidad... Se dice que un muerto en EEUU equivale a 5 en Inglaterra y 130.000 en Bangladesh. Nos guste o no, la realidad y la cotidianidad del trabajo en un medio masivo, demuestra que es verdad.[1]
Por eso es difícil, dentro de la rutina mediática, hacer información sobre temas diferentes y dar a conocer realidades que se dan en rincones remotos del planeta, y que se perciben como lejanas. Pero se puede, y se hace. A menudo se consigue aprovechar una percha de actualidad para colocar una pieza sobre una realidad olvidada, y cada reportaje, cada entrevista publicada es un éxito que contribuye a que la audiencia esté mejor informada.
Cosa diferente es que se cuente exactamente “lo que” y “como” las ONG querrían que se hiciera. Los medios de comunicación no son ONG, y los objetivos que persiguen ONG y medios no son los mismos. Hoy, las nuevas tecnologías permiten a cualquier ciudadano o colectivo convertirse en emisores de mensajes e informaciones, recursos que pueden ser utilizados por una ONG para informar a sus bases sociales sobre los contextos y realidades de los países donde trabajan. Pero no se trata ni del mismo trabajo ni de un producto final similar en lo que tiene que ver con la comunicación.
Por el contrario, cuando un país o zona en cuestión salta a la actualidad informativa, como ha sido el caso de Haití en enero, se da una oportunidad para dar desde los medios de comunicación masivos una información más completa, y vincular esos hechos con la trayectoria del país. De no tratar las informaciones como anécdotas aisladas de un contexto
histórico o reciente. Claro está que lo que importa son los hechos, la actualidad, lo que está pasando ahora. Pero si queremos que el público se haga una idea real de lo que está ocurriendo (y muy probablemente de por qué está ocurriendo), es necesario ofrecer información de fondo y tratar de mostrar la mayor cantidad posible de aristas y de puntos de vista.
Desde luego, para un periodista es imposible conocer de antemano las circunstancias políticas, económicas y sociales de cada país del mundo. De hecho, en Haití a muchos de nosotros nos hubiera resultado de gran utilidad conocer previamente alguno de los datos que ahora sabemos. Al tratarse de una emergencia, la salida hacia Haití fue precipitada, sin la cobertura e información necesaria y que hubiese sido ideal para poder realizar el trabajo. Una vez
aterrizado, el periodista debe buscar esa formación e información complementaria por su cuenta. Pero sin este recurso, es muy difícil que lo que se narra o se testimonia “desde el terreno” sea algo más que un relato superficial de los hechos puntuales que están aconteciendo.
Una vez pasado el primer momento informativo, es más sencillo ahondar en el tema. Una de las cosas que se han intentado en la cobertura de esta tragedia es que la gente, como dice Forges, “no se olvide de Haití”. El ritmo vertiginoso de la actualidad hace que la fecha de caducidad de los acontecimientos como noticia sea corta. Pero, en el caso de catástrofes como la del terremoto, resulta relativamente fácil mantener un punto de conexión con esa realidad,
dar seguimiento al desarrollo de los acontecimientos una vez pasada la emergencia pura.
Muchos medios lo han hecho, incluso regresando a los escenarios de los hechos meses después, para hacer una información más de fondo y más completa de lo que la precariedad y las limitaciones técnicas permitieron en un primer momento.
Más aún, en el caso de Haití, además de la amplísima cobertura que se dio a la emergencia en sí, numerosos medios españoles e internacionales incluyeron también análisis de fondo sobre la trayectoria histórica y el contexto económico, político y social del país. En esos días, todo el mundo aprendió que Haití es “el país más pobre de América” (expresión que se generalizó en las informaciones sobre el terremoto) y “la primera república negra en obtener su independencia”. También se habló sobre la emergencia permanente que vive el país desde su independencia en 1804, y sobre las sucesivas dictaduras y crisis políticas que llevaron al país a ser considerado como un Estado frágil. También es cierto que la mayoría de estas voces de especialistas en la materia hablaban “desde fuera” del país. Para un diario o una tertulia radiofónica o televisiva, simplemente resulta más accesible (y asequible) un invitado que resida en el mismo país y hable el mismo idioma. Pero eso no obsta para que este análisis pueda ser más completo, e incluso más autorizado, si quien lo hace, además de conocer en profundidad el país del que se habla, procede del mismo. La información ganaría en calidad, o como mínimo en variedad. Esta misma reflexión nos hacían las ONG en relación a la variedad de las fuentes que se utilizaron en la cobertura informativa del terremoto.
Las dificultades de informar en Haití
Llegar a Haití tras el terremoto fue como desembarcar en otro planeta. En Puerto Príncipe, los primeros días nada funcionaba. Ni teléfonos, ni transportes, ni servicios públicos. La sensación de caos era generalizada.
La mayoría de periodistas que llegamos a cubrir el terremoto salimos en las primeras horas, tras producirse la emergencia. En algunos casos viajamos en el avión que fletó la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo, y en otros lo hicimos en vuelos comerciales, vía República Dominicana. Pero en todo caso, la salida se produjo con mucha premura de tiempo, con muy poco margen para preparar el viaje y los medios técnicos necesarios para una cobertura adecuada.
Además, como enviados especiales, a menudo no disponíamos ni de un compañero del medio para dar apoyo técnico o logístico, por lo que mientras se preparaba el directo de las 13 h, a la vez había que intentar contactar con la redacción para confirmar la hora y forma de entrar. Esto se unía a la sobresaturación de trabajo que, sin excepción, sufrimos todos: de la noche a la mañana nos vimos convertidos en periodistas "todoterreno", que tanto enviábamos fotografías o titulares breves por teléfono móvil o internet (cuando empezaron a restablecerse las comunicaciones) para alimentar los contenidos de las web de nuestros medios, como participábamos en un foro o chat con los públicos de las mismas. A esto se añadía, en el caso de las radios y televisiones, que a lo largo del día se hacían un mínimo de 8 o 9 directos con
diferentes programas de la cadenas. Y además de para contarlo, había que encontrar tiempo para informarse previamente sobre lo que estaba ocurriendo.
Todos estos problemas logísticos, sumados a la necesidad de una inmediatez de la información, fueron en detrimento de un trabajo de mayor calidad, que se podría haber llevado a cabo de ser otras las circunstancias. En esos primeros momentos, dadas las circunstancias no era posible alcanzar un mínimo deseable en cuanto a calidad periodística.
Por el contrario, cuando la situación empezó a estar más controlada y empezaron a llegar refuerzos y apoyos (en resumen, cuando se cuenta con más tiempo y medios), se debe exigir más esa calidad en las informaciones.
Desde el primer momento, el aeropuerto de Puerto Príncipe se convirtió en el centro neurálgico de todo lo que “se movía” tras el terremoto. Allí se montaron los dispositivos de emergencia, allí fueron llegando los diversos actores internacionales (ONGs, ONU, Ejércitos y Agencias de cooperación), allí se tomaron las decisiones durante las primeras horas... Resultaba lógico pues, que el aeropuerto se convirtiera también en punto focal para la mayoría de periodistas, corresponsales y enviados especiales que íbamos llegando de todas partes del mundo.
La caída de las comunicaciones hacía que en los primeros días fuera prácticamente imposible comunicarse con la redacción, o incluso con las autoridades de Haití, de la ONU o con los cooperantes que iban llegando. Además, los destrozos del terremoto y la confusión reinante hacían muy complicado moverse por la ciudad, y dificultaban la búsqueda de fuentes adecuadas y más aún, el contrastar sus informaciones. Por eso, aterrizando en un país que muy pocos de entre nosotros conocíamos en profundidad, resultaba de gran utilidad el estar cerca de este centro logístico de emergencia. Por otro lado, la concentración de medios en el área del aeropuerto permitía compartir recursos e informaciones con otros compañeros de profesión llegados en las mismas circunstancias.
Por supuesto, esta concentración informativa en un único área tuvo también su lado negativo. Por un lado, la información global transmitida perdió en pluralidad de aspectos y matices. Casi todos teníamos acceso a los mismos temas, las mismas fuentes, parecidos escenarios y testimonios, y la consecuencia ha sido que quizá parte de las iniciativas de la población haitiana no quedaron reflejadas adecuadamente.
A ello se añadía que las pautas lanzadas por las grandes agencias marcaban las grandes líneas sobre lo que era noticia. En ocasiones, desde redacción llegaban peticiones de informar sobre temas o acontecimientos que no veíamos en el entorno inmediato. Si alguien sacaba una noticia sobre secuestros de niños, había que buscar algo que contar sobre eso, porque la historia estaba ahí. Si la tónica reinante en los teletipos era la violencia desatada en las calles, había que buscar fotos y hechos violentos para corroborarlo.
En ocasiones se ha dicho que los supervivientes se quedaron en estado de shock, sin poder reaccionar. Puede haber sido una conclusión precipitada, o al menos parcial. Quizá, al centrarse en el estado en el que quedó la ciudad, se escaparon muchas de las iniciativas puestas en marcha por el tejido social, sobre todo fuera de la aglomeración de la capital.
A pesar de ello, intentamos hacer las cosas lo mejor posible. Se trató de mostrar las desigualdades que existían antes en el país. Se dio voz a las víctimas. Se intentó mostrar la solidaridad entre la población y huir de esa imagen de victimismo. En general, no creemos que se haya dado una imagen pasiva y dependiente de la población haitiana: muchos de nosotros recordamos haber hecho crónicas en las que sí contamos iniciativas locales, haitianas y más o menos organizadas, de solidaridad con las víctimas.
Además de esas iniciativas locales, la mayor heroicidad del pueblo haitiano es cómo poco a poco levantaba cabeza después del desastre. Los haitianos son gente fuerte: muchos días después del seísmo seguían apareciendo supervivientes. De esa fortaleza sí hemos hablado. De hecho, si hay algo que nos ha marcado positivamente de toda esta experiencia, es quizá el haber podido conocer de cerca el carácter y la sorprendente actitud vital del pueblo haitiano, una mezcla de resignación y superación ante los reveses del destino. Nos gustaría decir que hemos sabido transmitir esa actitud al público español.
Algunos mitos y algunas realidades sobre lo que ocurrió tras el terremoto En las coberturas se intentó mostrar una realidad evidente: la de una ciudad noqueada por un terremoto de gran magnitud en un entorno de pobreza endémica.
Además, la desorganización y un cierto caos fueron la nota dominante de los primeros días en los repartos de agua y comida. Las escenas de helicópteros lanzando comida a la gente sin posarse en el suelo, dieron la vuelta al mundo. Algunos de nosotros presenciamos repartos de comida en los que 8.000 personas se peleaban por un saco de arroz. Ese tipo de distribuciones es lo que generaba el caos, no por violencia natural de los individuos, sino por la mala coordinación de la ayuda. No se podía dejar de reflejar eso.
Dicho esto, todas las circunstancias y condicionantes mencionados pueden haber producido una distorsión de la verdadera dimensión, frecuencia o importancia de algunos de los hechos contados. En concreto, en cuanto a la violencia “generalizada”, en Puerto Príncipe sí hubo saqueos de supermercados, linchamientos y reacciones violentas. También actos de competencia por la comida, como se ha dicho, normales dadas las circunstancias. Esos hechos se dieron y se mostraron, no para dar una visión de la población haitiana como salvajes, sino para mostrar hasta dónde llegaban sus necesidades. Se trataba de hechos puntuales y en ningún modo generalizados. Pero es posible que la abundancia de imágenes e informaciones de ese tipo haya hecho que la percepción de esos hechos desde aquí sea sobredimensionada.
También parece que la percepción generalizada es que el Gobierno haitiano desapareció. Como se ha mencionado anteriormente, lo que encontramos en Haití era un país en el que no funcionaba nada. Se podría cuestionar el cómo se priorizó internacionalmente el apoyo al Gobierno haitiano para dar respuesta a su gente, pero eso excede la responsabilidad de un periodista cubriendo una emergencia. Lo que sí estaría en nuestra mano es el esfuerzo por buscar fuentes oficiales y darles voz. Esto resultaría más necesario una vez superada la fase de emergencia pura, de cara a informar sobre sus necesidades y su propuesta de reconstrucción.
Sobre el protagonismo, se ha dicho "excesivo", en las historias que contábamos de personas y personajes "externos” al país (cooperantes, bomberos y cuerpos de rescate llegados del exterior), se debe diferenciar entre quienes lo han sido por razones de peso (el caso de los bomberos de Valladolid o el conductor mexicano de una ambulancia que participaron en el rescate de niños), y quienes salían simplemente como anécdota: las escenas de despedidas y recibimientos en el aeropuerto, las entrevistas por la sensación de cercanía que produce ver a uno "de los tuyos" participando en el desarrollo de los hechos, etc. En los medios generalistas se presupone que a la audiencia le gusta escuchar historias de sus "héroes" nacionales. Pero como hemos mencionado, en medio de tanto desastre hubo heroicidades (y actos no tan heroicos) de todos los colores. Quizás se debería haber intentado mostrar toda la gama, para que no parecieran casi únicamente blancos.
También se ha hablado mucho sobre la llegada de las tropas estadounidenses. En los primeros días tras el terremoto, los marines tomaron el control del aeropuerto, el puerto, los hospitales y el devastado Palacio Presidencial. Más allá de cuestionamientos puntuales sobre la utilidad de enviar 12.000 marines a un país que ha sufrido un terremoto, parece que en España, en general, se percibió con alivio esta llegada, pues parecía que alguien llegaba por fin a poner orden en el “caos” del que hemos hablado antes. Además, se recuerdan las imágenes transmitidas de haitianos vitoreando a las tropas, y nos dicen que de las informaciones se traducía que Haití reaccionó de la misma forma, dando la bienvenida a los marines.
En realidad, esta reacción no fue unánime. Antes bien (y esto sí está vinculado con el conocimiento del contexto histórico y de las varias ocupaciones estadounidenses desde 1915) una parte importante del pueblo haitiano percibía esta llegada como una invasión. Una nueva ocupación. Es posible que, por las mismas razones que apuntábamos al hablar de las fuentes haitianas, esta percepción no se transmitió con claridad.
Más allá de la intencionalidad final del ejército americano y de su motivación (puramente humanitaria o no), lo que si sabemos quienes intentábamos informar sobre los hechos desde Puerto Príncipe, es que el Ejército americano entorpeció esta labor: al tomar el control también de hospitales y de áreas enteras de la ciudad, en ocasiones los soldados impedían el acceso a estos puntos sin mediar explicaciones. Además, tras varios días instalados en el aeropuerto, los marines lo desalojaron sorpresivamente, casi de una hora para la siguiente.
Fueron inútiles las negociaciones y la prensa internacional, expulsada del aeropuerto (incluidos los periodistas españoles, instalados en el campamento de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo), tuvo que improvisar soluciones de urgencia para su realojo.
Imágenes que nos duelen
A pesar de que no era el tema central para debatir en la jornada, los puntos principales de debate y desencuentro fueron la elección de imágenes y su tratamiento, y el dramatismo excesivo en informaciones o peticiones de ayuda.
El proceso que sufren las fotografías e imágenes antes de que una mínima selección de ellas salga a la luz, incluye toda una serie de filtros. Hemos de señalar en este punto, que el espectador no es consciente de que lo que presencia el periodista en terreno es mucho peor que lo que finalmente se muestra. Ya se ha mencionado que al llegar, fotógrafos y periodistas nos encontramos una ciudad completamente devastada, como si hubiera sufrido un bombardeo. Los cadáveres se quedaban apilados en las calles sin que nadie los recogiera durante días, muchos sin tapar. Esa realidad asaltaba en cada esquina, tras cada pila de escombros, y pasó a asaltar la cotidianidad de las portadas de los diarios y los informativos.
La crudeza de los hechos golpeó al público en imágenes con rotundidad, hasta el punto de que el País se vio obligado a publicar el 24 de enero un artículo de su Defensora del lector[2], titulado Las duras imágenes de una tragedia, en respuesta a la cantidad de cartas que recibieron cuestionando o recriminado el uso de imágenes “terribles”. La pregunta es si se hubiera podido transmitir la dimensión del drama que estábamos presenciando sin exponerla en toda su crudeza. Posiblemente sea un reto. En el mismo artículo se señala que al diario llegaron numerosas cartas preguntando sobre los criterios de selección de esas imágenes, “pues no recuerdan que en la tragedia del 11‐S, cuando un atentado terrorista derribó las Torres Gemelas de Nueva York, se publicaran en los medios imágenes de víctimas como las mostradas ahora de Haití." La propia audiencia se cuestionaba: "¿Es que hay criterios distintos según el lugar donde se produzca la tragedia?”. Lo que se discute en el fondo es la dignidad de las víctimas, y en este caso, como personas y como periodistas, consideramos que el criterio debe ser universal. Debemos avanzar y contribuir a una sociedad que actúe en base a la convicción de que un muerto en Haití merece el mismo respeto que uno en el 11M o en el 11S.
¿Qué consecuencias pudo tener la cobertura mediática sobre la realidad?
Siguiendo con el artículo de Milagros Pérez Oliva (defensora del lector de El País): “cuando una tragedia afecta a un país pobre, la intensidad de la respuesta humanitaria es directamente proporcional a la cobertura mediática” . Por eso, si hablamos de las consecuencias del cómo se informó sobre el terremoto de Haití, la primera resulta obvia: igual que ocurrió en anteriores crisis humanitarias de este calibre, la amplia cobertura del hecho produjo una preocupación y una respuesta equivalentes entre la población española. Esta respuesta se tradujo en grandes cifras de recaudación por parte de las ONG e instituciones humanitarias presentes (o que llegaron en ese momento) en el país. Eso nos enorgullece.
Además, la gente sabe hoy más sobre las circunstancias de Haití. Como decíamos, el terrible acontecimiento sirvió para colocar a Haití en el mapa, y para que la mayoría de nosotros conozcamos hoy algún dato más sobre su situación, su historia, sus logros y sus fracasos. Al hilo de esto, Pérez Oliva se preguntaba "¿quién se acordará de Haití cuando los fotógrafos se hayan ido?". En el taller se puso sobre la mesa que la pregunta adecuada era otra: ¿de qué se acordarán?
En cuanto a los posibles efectos negativos, aquí entran en juego algunos elementos de la reflexión propiciada por la participación en el taller: por una parte, los medios podrían asumir cierta responsabilidad en cuanto a la sensación de inseguridad extrema y de caos generalizado con la que se percibió el contexto haitiano posterior al terremoto. Esta percepción pudiera haber generado una excesiva precaución en los organismos encargados del envío y reparto de la ayuda, que por falta de comunicación directa con las zonas afectadas alejadas de la capital, hubieran hecho extensiva a éstas la sensación de peligrosidad e inseguridad de Puerto Príncipe. En la medida en que esto haya contribuido a ralentizar la llegada y distribución de la ayuda a estas zonas, sería una consecuencia negativa. Pero consideramos que las ONG, y principalmente Naciones Unidas (a través de la MINUSTAH), tendrían que estar por encima de eso y hacer bien su trabajo, pues se les supone un conocimiento del terreno y el hábito de trabajar en zonas de conflicto.
Lo que sí reiteramos, porque de ello fuimos testigos y así lo hemos contado, es que muchos de esos repartos se realizaron de forma desorganizada. Esta desorganización contribuía a generar más caos y violencia entre las víctimas, en una especie de espiral que los medios transmitíamos posiblemente magnificada.
También se dio una reflexión sobre otra posible consecuencia de toda esa visión parcial acerca de la sociedad haitiana que parece haberse trasmitido al público español. Como se ha mencionado, se nos señaló que posiblemente se haya puesto un excesivo énfasis sobre el papel (positivo y negativo) de las fuerzas armadas y las ONG internacionales, minusvalorando o no mostrando en toda su dimensión el de otros actores locales. En el caso de que esa imagen transmitida hubiera contribuido a afirmar en el imaginario una imagen de Haití como un país ingobernable y sin capacidad de respuesta, se podría haber abonado el terreno para que veamos como consecuencia lógica el que la reconstrucción del país deba venir desde afuera, en vez de consultar a su sociedad civil y por su peusto a su Gobierno, sobre cómo quieren "refundar" su país.
Por último, parte de las organizaciones participantes en el taller coincidían en que a la larga, esa imagen exacerbada del dolor y el desastre consigue “anestesiarnos” y no contribuye a generar cooperación ni solidaridad a largo plazo. Como si la gente se volcara en ayudar, pero con la sensación de que es “inútil”, dado el caos, la violencia y la descoordinación.
Quizás la gente se cansa de las tragedias porque, después de un primer momento de sentir una gran impresión, luego es más fácil cerrar los ojos. Quizás esto crea un círculo vicioso que se autoalimenta, de forma que para que en la próxima tragedia tengamos una respuesta similar, deberemos superar el umbral del dolor de la vez anterior. También es posible que, de haberse incidido más en los aspectos positivos y en los ejemplos de organización social que se dieron, se produjera un tipo de reacción similar entre la sociedad española (la dimensión de la tragedia era incuestionable), pero realizada desde la verdadera solidaridad, desde el sentimiento de estar apoyando al coraje, a la respuesta y a las iniciativas locales que funcionaron. Sería interesante hacer la prueba.
Lecciones para mejorar el quehacer de periodistas en medios y ONG en crisis futuras
Partimos de la base de que los objetivos de medios y ONG son diferentes. Unos no tienen por qué hacer el trabajo de otros. Si las ONGs no entienden la lógica de los medios, cómo trabajan los periodistas, qué entendemos por noticia y cómo jerarquizamos la información nunca nos pondremos de acuerdo.
Este debate no se debe plantear en sentido de “enfrentamiento” entre ONG y periodistas. Se puede avanzar hacia una visión más amplia, hacia cómo podemos ayudarnos, complementarnos o respetarnos cuando tratamos un mismo tema. Porque sí es posible encontrar puntos de encuentro que nos ayuden a ambos a hacer mejor nuestros respectivos trabajos y alcanzar nuestros objetivos. ¿Cuáles son?
Si el objetivo es ofrecer una información más plural, más completa, que incluya más puntos de vista, preferentemente locales, las ONG pueden ser un buen apoyo: por su conocimiento del terreno, del contexto y de los actores que intervienen en casos como el de Haití, pueden proporcionar acceso a información de primera mano, a fuentes locales, marcos de referencia e información de contexto sobre el país, incluso soporte logístico. Ese briefing que necesitas sobre la historia reciente del país. Ese chofer‐traductor que no logras conseguir, esa fuente que tiene información diferente, sobre la que nadie está hablando todavía...
Además, aquellas que ya trabajaban en el país antes de la catástrofe, pueden ofrecer información sobre las causas que provocan que el impacto sea de tales dimensiones, contribuir a analizar la situación económica, social, etc. del país... Y detallar el impacto humano de la catástrofe a partir de sus principales protagonistas: las personas directametne afectadas por la emergencia.
Para ello, sería útil compartir de manera periódica espacios, canales o líneas de comunicación entre periodistas en medios y en ONG. Eso sí, para vencer la desconfianza mutua, y si el único objetivo es mejorar la calidad de la información que le llega al público, las ONG no deben buscar colocar “su proyecto”, su protagonismo o su intervención en los hechos. Más bien abrir espacios para otras voces, otras miradas, autóctonas, sobre lo que está pasando y cómo se
está viviendo desde dentro.
De esta forma, además de facilitar una parte del trabajo del periodista, la información que se transmite podría ganar en calidad, en variedad y en veracidad. Será más rica, más plural, se mostrarán esos otros aspectos que están ahí, en la realidad, pero a los que en circunstancias como las que se dieron en Haití no era fácil acceder. Y las ONG tendrán en los medios de información una potente aliado a la hora de contar esas realidades, que ayudarán que se conozcan mejor esos contextos en los que ellas trabajan habitualmente.
Autores: Gurutze Gutiérrez, Nicolás Castellano, Antonio Parreño, Susana Hidalgo y Edurne Arbeloa y Juan Antonio Nicolay (enviados especiales a Haití de La Sexta, Cadena SER,TVE, Diario Público y CNN+). Coordinación: María Sande (responsable de comunicación de la ONGD Solidaridad Internacional)
[1] En 2004, una encuesta realizada por Reuters, Colombia School of Journalism y el Fritz Institute sobre las dinámicas de la cobertura de los medios de comunicación, preguntaba a los periodistas qué factores hacen que una crisis llame la atención de los medios para que esta se convierta en noticia. Los resultados fueron: Alto número de fallecimientos 49%; Trabajadores humanitarios de la misma región involucrados 32%; Preocupaciones humanitarias en general: 39%; Implicaciones para la política exterior del país de la redacción 29%; Material (fotografías, vídeos, entrevistas) para ayudar a contar una historia convincente 28%; Audiencia de la misma procedencia de los afectados 27%; Niños sufriendo 25%; Que la competencia lo cubra 14%; Implicación de un famoso 7%; Otros 5% [2] Las duras imágenes de una tragedia. El País, 24 de enero de 2010
Enlace al artículo en la página de Solidaridad Internacional
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