Moria: la vergüenza de Europa

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Pilar Estébanez
Pilar Estébanez

Pilar Estébanez, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria

El incendio que ha destruido el centro de refugiados y solicitantes de asilo de Moria, en la isla de Lesbos (Grecia), ha vuelto a traer ante la opinión pública la mayor vergüenza de Europa: un campo de refugiados en el que se hacinaban más de 12.600 migrantes y solicitantes de asilo, y entre los cuales hay al menos 400 niños no acompañados.

La historia de ese campamento se remonta al año 2016 y a la crisis de refugiados provocada por la guerra de Siria. En aquel año decenas de miles de personas arriesgaron sus vidas para tratar de llegar a Europa huyendo de una guerra civil cruel que se ha convertido en campo de batalla en el cual grandes potencias dirimen sus diferencias.

El campo se construyó para dar alojamiento a los más de 20.000 refugiados que llegaron a las islas griegas, y allí quedaron atrapados. Tras el acuerdo vergonzoso entre la Unión Europea y Turquía para el retorno de los refugiados después de su «procesamiento», y por el cual Turquía recibiría fondos de la Unión Europea, aquello se ha convertido en un agujero negro. Apenas se han tramitado solicitudes de refugio porque el proceso es lentísimo, y apenas se han trasladado a solicitantes de refugio al continente europeo o a otros países.

En el último año tan solo 641 solicitantes de asilo han sido trasladados a otros países de Europa: a Bélgica, Finlandia, Francia, Alemania, Luxemburgo y Portugal. A este ritmo se tardará veinte años en reubicar a todos. Es casi un chiste.

Las condiciones del campo han sido denunciadas en numerosas ocasiones por organizaciones no gubernamentales que trabajan allí, e incluso por organizaciones de Naciones Unidas, como ACNUR: masificación, presencia de menores no acompañados, condiciones higiénicas deficientes, poca preparación ante la dureza de los inviernos -ha habido incluso fallecimiento de niños por el frío y enfermedades respiratorias- y las condiciones psicológicas de muchos de sus internos son preocupantes.

Moria es el fracaso de Europa en la gestión de la crisis de los refugiados. Es el abandono de la defensa de los derechos humanos y de las convenciones sobre refugiados y solicitantes de asilo. Es inadmisible, desde cualquier punto de vista, que en ese lugar vivan niños y más aún: niños no acompañados, sin sus familias, víctimas potenciales de abusos y violencia.

Para los niños de ese campo el futuro, de momento, no existe. Se les ha hurtado la posibilidad de aprender, de mejorar sus condiciones de vida, de socializar en un ambiente «normal». Se les ha arrebatado su futuro. La vulneración de artículos de la Convención de Derechos del Niño es completa: no se ha cumplido ni uno. Ni siquiera el derecho a una educación.

Tras el incendio al menos la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) ha tomado cartas en el asunto y ha movilizado recursos para transportar a esos 400 niños no acompañados al continente.

Cuatro años llevan los migrantes y refugiados atrapados en Lesbos. Cuatro años esperando un papel que les reconozca como refugiados y les permita abandonar Moria. Cuatro años olvidados.

La OIM se ocupará de esos 400 niños sin familia, pero qué pasará con los otros 12.200 habitantes del ya destruido campo de Moria. Qué va a ser de ellos. Cuántos años más van a tener que pasar para recuperar sus derechos como personas.

Moria es la vergüenza de Europa, no nos cansaremos de repetirlo. Y no será suficiente con que sean relajados en otro sitio: la Unión Europea y Grecia tienen que solucionar cuanto antes el problema. Las leyes y los convenios internacionales sobre refugiados y solicitantes de asilo están para ser cumplidas.

Por humanidad, por justicia, debemos poner fin a esa situación.

 

 

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