Regreso a Haití ocho años después del terremoto

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Pilar Estébanez

Pilar Estébanez Estébanez
Pilar Estébanez, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Humanitaria (SEMH

La primera impresión que uno recibe cuando llega a Haití, y que se repite cada vez que vuelves, es que has llegado a un trocito de África aunque estés en el Caribe. Según atraviesas la frontera de la República Dominicana todo cambia y te encuentras en un país de una pobreza impresionante y con el mayor deterioro social y medioambiental que he visto.

Hace un mes volví a visitar el país por motivos familiares, y pude comprobar nada más llegar , cómo continúa la pobreza azotando a la población, el 95% de origen africano y muchos de ellos descendientes de esclavos

Desde su independencia en 1804 Haití ha sido un país muy castigado. Con orgullo repiten que fue el primer país donde se abolió la esclavitud en 1867, un hito histórico de dignidad y cuya consecución costó la vida de la tercera parte de la población y la devastación del país. También supuso la ruina económica, por la deuda que se adquirió con Francia (avalada por la comunidad internacional) y que hipotecó su desarrollo como país y le impidió su desarrollo.

Haití, conocido por sus revueltas desde su independencia, golpes de Estado apoyados por otros países y a veces invadido, ha sufrido también la crueldad de la naturaleza: tormentas, huracanes y terremotos.

Precisamente se cumple ahora el octavo aniversario del terremoto que, en enero de 2010, devastó completamente la capital y otras ciudades, mató a más 300.000 personas y dejó a otros tres millones de haitianos sin hogar. Aquel desastre supuso una enorme oleada de solidaridad de todo el mundo.

Tras el terremoto, tuve la oportunidad de visitar Haití para realizar un vídeo sobre la reconstrucción del Sistema de Salud, lo que me permitió conocer la situación de país tras el seísmo y las estrategias planteadas para la reconstrucción. Ese nuevo viaje me ha permitido reflexionar sobre las mejoras tras la respuesta internacional y las barreras que existen y que impiden su desarrollo.

Vertederos descontrolados en Puerto Príncipe

Haití tiene una población de 10.911.819 habitantes, el 35% de ella viviendo en la zona metropolitana de Puerto Príncipe, la capital. En cuanto salimos del aeropuerto podemos ver una ciudad construida sin ningún plan, desordenada, sin aceras, con las mercancías de los vendedores ambulantes extendidas sobre el asfalto y junto a vertederos en que se han convertido los arroyos y los ríos, montones de escombros, aguas sucias por la falta de sistemas de saneamiento e higiene, hedor y suciedad, causa de epidemias y enfermedades.  Es un problema muy difícil de resolver ya la gente “vive en la calle”, vendiendo lo que pueden para subsistir. No hay plantas de tratamientos de basura ni sistemas de recogida y los restos de plásticos y envases se acumulan en montañas que hacen difícil la habitabilidad.

Y aquí encontramos uno de los grandes contrastes de Haití. Entre esas montañas de desperdicios florecen las buganvillas y los flamboyanes, llenando de color las desordenadas, sucias y bacheadas calles.

Haití, por culpa de una historia de dictaduras, corrupción e inestabilidad política, es un país sin ninguna perspectiva económica. Esto se traslada a la forma que la población tiene de entender la vida. La mayoría, el 90 por ciento, vive de la economía informal, de la venta de productos en las calles o mercados. El país carece de tejido industrial y de recursos, por lo que no se han podido aplicar programas sociales, ni desarrollar una economía sostenible y resiliente ante las crisis provocadas por los desastres naturales.

Haití importa el triple de lo que exporta, por lo que la mayor parte de sus recursos proceden de las remesas que envía la diáspora haitiana (2.100 millones de dólares en 2015). Los ingresos procedentes del petróleo (Petrocaribe) se redujeron a la mitad entre 2014 y 2015 por culpa de la caída de los precios del crudo y la ayuda externa se redujo en un 75 por ciento entre 2010 (1.800 millones de dólares) y 2015 (448 millones de dólares). En 2015 la sequía afectó considerablemente al sector agropecuario, que genera la quinta parte del PIB, y el país no cumple con los requisitos para atraer inversiones locales o extranjeras, lo que ayudaría al crecimiento económico.

Todos estos datos, fríos, contienen una terrible realidad, y que nos lleva a preguntarnos por el futuro de este pueblo. La ayuda internacional, que era vital, ha disminuido drásticamente por la fatiga del donante y la marcha de muchas ONG. Ante estos datos el futuro de los haitianos es desesperanzador, y precisamente por eso no debemos abandonar a este pueblo, un pueblo que no ha sido responsable de su convulsa historia, ni tampoco de su devastación o del abuso de sus dictadores, algunos de ellos crueles hasta la locura.

Escolar estudiando bajo la luz de una farola

Es un pueblo cuyos niños, a pesar de la falta de luz en sus barrios, buscan la luz de las farolas para poder estudiar por las noches. Sin embargo hay algunos datos para el optimismo: la esperanza de vida al nacer se prevé que sea de 64,2 años para el período 2015-2020), una de las más bajas del mundo, pero aún así mejor que la esperanza calculada para el período 2015-2010. También ha disminuido la tasa de fecundidad (de 4 niños por mujer a 3,5 en 2012) y la población es joven: el 50 por ciento tiene menos de 25 años y sólo el 4,5 por ciento tiene más de 65 años. También ha disminuido la proporción de personas dependientes en casi 11 puntos (del 75 por ciento al 62 por ciento entre 2017 y 2014.

También ha mejorado la situación de las personas que perdieron sus hogares en el terremoto: casi el 80 por ciento ha sido realojada en viviendas, lo que ha hecho que desaparezcan las tiendas de campaña de parques y plazas, aunque todavía 60.000 personas viven en campos de desplazados. La pobreza extrema, que afectaba al 31 por ciento de la población entre 2002 y 2012 se ha reducido hasta el 25 por ciento.

Estas son mejoras, ciertamente, pero no hay que olvidar que a pesar de los 2.000 millones de dólares inyectados por la cooperación internacional desde 2010, los principales indicadores no han mejorado. Haití ocupa el puesto 161 de los 180 países en el Índice de Desarrollo Humano (IDH).

En cuanto a la salud, ésta fue una de las prioridades del gobierno tras el terremoto. El objetivo era un aumento del acceso a los servicios mínimos de salud de la población. A pesar de ser una de las prioridades, aún no se han llegado a la cobertura de un paquete mínimo de servicios básicos para acceder a la salud de salud al 80 por ciento de la población, como era el objetivo.

La tasa de mortalidad infantil aunque haya mejorado sigue siendo escandalosa: hace cinco años morían 70 por cada 1.000 nacidos vivos (frente al 21,3 en República Dominicana). Se ha mejorado hasta una tasa de 49. Sucede igual con las muertes maternas: hace cinco años morían 350 mujeres por cada 100.000 nacidos vivos, actualmente 180 . Y la esperanza de vida, como hemos señalado, sigue siendo muy baja. Tampoco hay datos sobre otras lacras, como violaciones o abusos infantiles. Igual pasa con el dato de pobreza extrema: ya hemos dicho que ha disminuido, pero ésta sigue afectando a la cuarta parte del país, más de 2,5 millones de personas, que no pueden cubrir sus necesidades básicas.

Hay que tener en cuenta que que otros factores determinan la realidad. Además del terremoto que devastó ciudades y extensiones de agricultura, Haití es el tercer país más afectado del mundo en términos de eventos climáticos. Al estar en la zona de paso de huracanes del Atlántico norte, a lo que se suma su ubicación sobre el límite donde chocan las placas tectónicas caribeña y norteamericana, los riesgos a los desastres son constantes.

Los trabajadores agrícolas conocen bien las consecuencias de estos fenómenos: tras cada tormenta tropical se pierde un promedio del 50 por ciento de las cosechas.

Trabajo infantil

A pesar de las quejas de los donantes y la sensación permanente de que “no se notan” los 2.000 millones de euros inyectados por la cooperación internacional, la pobreza extrema se ha reducido de 31% a 24% entre 2002 y 2012,  aunque sigue habiendo 2,5 millones de personas (una cuarta parte de la población) que no pueden cubrir sus necesidades  básicas.

Actualmente  seis millones de personas viven bajo el umbral de la pobreza (2 dólares por persona al día). De eso no escapa ni los que tienen trabajo, ya que el 45 por ciento de los trabajadores ganan menos de 1,25 dólares al día. Según el Banco Mundial el PIB per capita era de 820 dólares en 2014, que está disminuyendo por el aumento de la población en un 2 por ciento anual y un crecimiento inferior.

También es llamativo que la cuarta parte de los niños de entre 5 y 17 años no vivan con sus padres. O viven con otro familiar (la mayoría) o viven con otras personas. Una de las causas es el trabajo infantil: 286.000 niños de 5 a 14 años de edad son trabajadores domésticos infantiles, y muy vulnerables a la explotación y los abusos.

Un nuevo problema al que se enfrenta el país es la deportación de haitianos que trabajaban en la República Dominicana, debido a una ley de regulación de ciudadanos extranjeros, que se elaboró precisamente para deportar haitianos. Desde 2015 han sido expulsados más de 160.000 personas, y otras muchas se han marchado debido a presiones y amenazas. Según algunas organizaciones, muchas de las expulsiones no han cumplido las leyes internacionales.

A pesar de las quejas de los donantes y la sensación permanente de que “no se notan” los 2.000 millones de euros inyectados por la cooperación internacional, la pobreza extrema se ha reducido de 31% a 24% entre 2002 y 2012,  aunque sigue habiendo 2,5 millones de personas (una cuarta parte de la población) que no pueden cubrir sus necesidades  básicas.

Dignidad

Lo que más llama la atención ante esta situación es la dignidad de sus población y el orgullo de su tierra y su cultura. El protagonista de la novela Gobernadores del rocío, de Jacques Roumain afirma: “este país es el lote de los negros y cada vez que han tratado de quitárnoslo hemos extirpado esta injusticia a machetazos”.

Uno de los graves problemas de Haití es el acceso a la educación: a pesar del esfuerzo para  garantizar el acceso a la educación, cada año, más de 200.000 niñas y niños se quedan fuera de la escuela. Cuatro de cada cinco escuelas son privadas y la matrícula anual promedio de la Primaria cuesta 130 dólares. Es una cantidad inasumible por muchas familias.

Los que pueden ir a la escuela lo hacen con una dignidad encomiable: se levantan muy temprano e impecablemente vestidos caminan durante kilómetros, las niñas con sus cabellos peinados con cintas de colores. Cuando regresan a casa muchos se ven obligados a estudiar bajo la luz de una farola, en la calle, porque no tienen electricidad en casa. Es la esperanza de este pueblo: su orgullo y dignidad aún en las situaciones más trágicas.

La ayuda ha disminuido drásticamente por la fatiga del donante y la marcha de muchas ONG, pero no debemos abandonar a este país, un pueblo que no ha sido responsable de su convulsa historia, ni tampoco de su devastación, ni de sus dictadores, en ocasiones enloquecidos y salvajes, pero que a pesar de todo, sin luz ni agua en sus barrios, sus niños buscan la luz de las farolas para poder estudiar.

En esta fecha tan clave recordemos aquella viñeta de Forges. “¡No olvidéis a Haití!”.

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