Crónica de una pesadilla: los que no lograron cruzar el Mediterráneo

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Migrantes gambianos retornados en un vuelo de la Organización Internacional de las Migraciones

Fundación Thomson Reuters

Situación de la ciudad de Sabha en Libia

El año pasado 300.000 migrantes intentaron cruzar el desierto para alcanzar el Mediterráneo y tratar de llegar a Europa. Miles no sobrevivieron a la ruta del Sáhara o a la travesía marítima y varios miles más acabaron atrapados en Libia, el último punto de la ruta.

Mafu Hydara, de 22 años, pasó seis días en el desierto casi sin agua ni comida, hasta que logró llegar a Sabha, en Libia. Allí fue secuestrado y golpeado por una banda de contrabandistas, que pidió un rescate a su familia. Tuvo que trabajar durante siete meses sin recibir nada a cambio hasta que fue liberado. Hoy Hydara vive en Brikama (Gambia), su ciudad natal. No tiene trabajo y duerme en una colchoneta en una choza.

Muchos de los que no lograron atravesar el Mediterráneo tuvieron que regresar a sus países de origen después de sufrir en Libia. Han perdido todo, porque para emprender su viaje tuvieron que vender sus pertenencias o pedir dinero prestado.

Libia es, para todos ellos, algo parecido a un infierno. Seis años después del derrocamiento de Gaddafi, el país sigue siendo un estado sin ley, a pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional para estabilizarlo y unificarlo bajo un solo gobierno.

Numerosos grupos armados compiten por tierras y recursos, los militantes islamistas tienen presencia en algunas partes del país, mientras que las grandes redes de contrabando de armas y personas operan con impunidad.

Pocos lugares son peores que Sabha, que fue un punto importante durante siglos en la ruta comercial del Sahara. Es, para la mayoría de los migrantes, la primera ciudad que ven después de salir del desierto.

Sabha fue escenario de combates entre tribus rivales hasta finales de 2016. Sus calles están llenas de coches quemados y los edificios agujereados por las balas. Muchos de sus habitantes llevan armas y el suministro eléctrico es irregular. No hay apenas servicios médicos ni policía.

Fuego de francotirador

Los testimonios de los migrantes gambianos que llegaron a la ciudad durante 2016 y 2017 describen un escenario terrible: secuestros, maltrato, trabajos forzados y venta de secuestrados de unos grupos de traficantes a otros. Muchos pretendían trabajar en la ciudad durante algunos meses para ganar algo de dinero y poder continuar su viaje, pero se encotraban con una pesadilla. Hydara fue engañado para subir a un camión, junto a otros tres migrantes. Les dijeron que trabajarían descargando muebles, pero una vez dentro del camión les apuntaron con armas y les llevaron a una casa fuera de la ciudad. Allí les ataron con cuerdas sujetas al techo y les obligaron a darles los números de teléfono de sus familiares en Gambia. Hydara dio el teléfono de un tío, al que llamaron mientras golpeaban a Hydara con palos para exigirle el equivalente a 650 dólares por su liberación. Su tío pagó el dinero a un agente de la banda en Dakar (Senegal) varios días más tarde. Entonces fue liberado.

Las autoridades de Libia niegan estos secuestros y maltratos, pero lo cierto es que no tienen capacidad para actuar contra las mafias.

Libia, tras atravesar Níger, es la única ruta posible que les queda a los migrantes para llegar a Europa, tras el cierre de las rutas de Canarias, Argelia o Marruecos por el aumento de la vigilancia y las patrullas. Cerca de 300.000 migrantes cruzaron el desierto entre Níger y Libia entre febrero y diciembre del año pasado, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). La gran mayoría terminó en Sabha. Para la OIM Sabha es «un agujero negro».

Hydara, junto a otros 170 migrantes, regresó a Gambia en un vuelo que partió de Trípoli fletado por la OIM, después de terminar en un campo de refugiados de la ONU.

La OIM desarrolla un programa financiado por los países europeos que tiene como objetivo repatriar hasta 10.000 inmigrantes a sus países de origen desde Libia este año. En teoría la repatriación es voluntaria y se hace por razones humanitarias.

Catorce meses después de salir con un poco de comida, una muda de ropa y 1.000 dólares en el bolsillo, se encuentra de vuelta en su casa. «El viaje fue un infierno, pero no me arrepiento. Sólo quiero conseguir un trabajo mejor y seguir mi educación en Europa, no puedo hacerlo aquí».

Traducido por Héctor Alonso

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